La reja estaba cerrada así que el viejito tuvo que aplaudir para hacerse escuchar. El timbre, inalcanzable, estaba al lado de la puerta, cruzando el pequeño jardín de césped tan artificial como el invierno que el Papa Noel de plástico intentaba combatir con su abrigado traje rojo. La nieve de gomaespuma rodeaba un carro tirado por renos de cuernos caídos. Un enano de cerámica observaba la escena navideña desde lejos, con una expresión que al viejo le pareció era medio de bronca. Una expresión de dueño de casa cansado por una visita molesta. Pronto navidad, año nuevo y todas esas mierdas terminarían y todo volvería a la normalidad. Pronto los indeseables muñecos de las fiestas volverían a sus cajas de cartón y le dejarían su lugar como amo del patio.
Al portero nadie contestaba, nadie había contestado en las cinco veces que llevaba viniendo, y ya estaba empezando a pensar que debería volver una sexta. Tras probar de nuevo con las manos, ensayó un “Afiladoooooor” sin demasiada convicción y se llevó a la boca la armónica. El trino llenó el aire. El subibaja de la melodía recorrió la cuadra y el silbido risueño onduló sobre el asfalto caliente del mediodía por el espacio de tres respiraciones antes de extinguirse. Un ladrido contestó desde lejos. Desde la casa, ni un movimiento.
La falta de respuesta no lo sorprendía, le habían advertido que ella era difícil. Que extremara las precauciones. Había precedentes. Cuando agarró la bici para marcharse sintió alivio. El enano ese lo ponía nervioso. Seguramente tenía una cámara de vigilancia dentro. No había empezado a pedalear cuando escuchó la puerta abrirse. La quinta sería la vencida.
***
Como a casi la totalidad de la población mundial a Antígona Pérez Martinez los fines de año la ponían nerviosa. En su caso, lo que la agobiaba no eran reuniones con familiares indeseables, fines o comienzos de ciclos, recuerdos de los que no están o temores de un apocalipsis repentino, para ella, los fines de año venían cargados de una irremediable dosis de mala suerte. Su tarotista, infalible, se lo había leído en la palma a los quince años y desde entonces, cada diciembre la recibía con tormentas de menor o mayor envergadura.
Este año no sería la excepción. A fines de noviembre se había enterado que el fracasado pitoflojo de su exmarido sería parte del proyecto más extraordinario de la historia. Ella había sido una de las más fervientes instigadoras del colosal programa. ¿Esta era la manera de pagarle? ¿Incluyendo a un miserable escritor de cuarta en la aventura más fabulosa de todos los tiempos? Sabia que la mano de Jerome estaba detrás de aquella afrenta.
A esto se sumó la noticia, a mediados de diciembre, de que la Corte Suprema había fallado en contra de las clases de religión en las escuelas públicas de Salta. Para ella, encargada de dar a conocer la palabra de Dios a los infieles, la novedad le resultaba una cruz difícil de soportar, y eso sin contar que afectaba directamente su fuente de ingresos ¡Malditos herejes! Pronto, todos aquellos ignorantes deberían postrarse ante un nuevo orden. Pronto, todos aquellos que se desviaran del camino de la luz serían deshollados vivos, descuartizados, empalados. La misericordia del Señor no alcanza a quienes se interponen en su camino de bondad.
El mes terminaba con otro varapalo. Había apostado (y perdido) el dinero que había logrado birlarle al estúpido de su ex. Se le había jugado por el cerdo equivocado. No importaba. Las peleas ilegales de chanchos daban cada vez mas dinero. Era el futuro. Pero aquí y ahora necesitaba esa guita era para pagar deudas anteriores. No le quedaría otra que pedirle a Bustamante, el director del Colegio. Él le daría lo que ella quisiera si ella le daba lo que a él le gustaba. No sería la primera vez. “Cerdos asquerosos”, pensó, “todos ellos”. Lo pagarían. Jerome. Sánchez. Bustamante. Mientras intentaba recordar donde había escondido el arnés y el látigo que usaba con este último, escuchó al afilador. “Quien vendrá a joder”, pensó ya decididamente de mal humor. “Este se trae algo. Ya lo ví varias veces rondando”, se dijo mientras se dirigía a abrir la puerta.
***
El Santo Padre respiró con alivio. Su bombilla había aparecido. Al parecer, una de las nuevas empleadas pensó que ese pedazo oxidado de metal era indigno del enviado de Dios en la tierra. Por suerte, no había ido a parar a la basura sino uno de esos cajones olvidados que todas las cocinas tienen, incluso las del Vaticano.
Ya solucionado el inconveniente, y acompañado de unos buenos amargos, pudo dedicarse a leer las noticias. Todavía no se acostumbrada a las Google Glasses de los tautólogos, probablemente nunca lo haría, por lo que eligió un viejo Ipad 2 que había sido de Ratzinger. No tardó en encontrar la noticia que buscaba:
Francisco llamó a una profesora de Catequesis de Salta
El Papa le transmitió su apoyo en relación a la prohibición
de dar clases de religión en las escuelas públicas
Analizó detalladamente ese y todos los artículos relacionados en cada diario que encontró para cerciorarse de que no hubiera segundas lecturas o conjeturas antojadizas. Pero ningún medio cuestionaba nada. Seguían al pie de la letra lo que las instituciones oficiales dictaban. La falta de profundidad de los medios era perfecta. Una de las máximas de los tautólogos, “esconderse a la luz del día” probaba ser efectiva una vez más.
Tomo dos o tres amargos más y se puso los Glasses. Los odiaba. No podía tenerlos más de cinco minutos encima sin que le vinieran unas ganas terribles de vomitar. Se apresuró a conectarse con Tribilin, quien ya le tenía preparado un informe sobre su supuesta llamada a Antígona. La noticia había sido replicada al pie de la letra. El informe incluso le presentaba el recorrido de la información, desde la fuente, un prestigiosos periodista al servicio de los tautólogos, y que había inventado cada detalle de la “conversación”, pasando por todos los periódicos que la habían publicado y los nombres de los periodistas a cargo del artículo o de la sección en el caso de que no llevara firma. El control total de la información, otro de los preceptos tautológicos también se cumplía a rajatabla. El supremo líder estaría satisfecho con su primer encargo dentro la organización.
La comunicación con Antígona se había a llevado a cabo, claro, pero nunca había existido una llamada. Los teléfonos no eran un medio fiable.
Tribilin lo puso al tanto. “Agente Antígona contactada. Preceptiva entregada. La Agente está informada de la necesidad de que actúe como apoyo en el proyecto global para el control final del planeta. Sin peligro de filtraciones. Todos los intermediarios erradicados”.
El pontífice suspiró y ensayó una benedicción silenciosa por aquellos intermediarios erradicados. La naúsea comenzaba a manifestarse e hizo el ademán de quitarse los Glasses de inmediato. Sin embargo una intermitencia en la esquina superior derecha captó su atención. Al hacer click, un mensaje de alerta apareció: “Alerta mundial de nivel 1. Agente Finochietto fuera del radar de Tribilin. Se lo considera desaparecido y potencialmente traidor”
Fin del capítulo 1
Publicaciones del Conciliábulo
Axel Krustofski
Ocos Tagón