En los últimos años, el mundo rural y la periferia de la Gran Ciudad están teniendo un renacimiento en la literatura de la mano de fantásticas novelas como “El clamor de los Bosques” de Richard Powers (ganadora del Pulitzer 2019), o “Los asquerosos” de Santiago Lorenzo. Originalmente escrita en catalán, esta obra ambientada en un pequeño pueblo de los Pirineos españoles, se inscribe en esta línea.
“Entre las hojas de los árboles se cuela un sol amarillo y matutino. Oigo correr el río alegremente. Cuando dejo el senderillo húmedo y hundido y empiezo a subir, veo algunas casas esparcidas a lo lejos, en el otro lado de la cresta, y a lo mejor las montañas del fondo ya son Francia, y Espinavell al final, Dios mío, qué paisajes. Qué paisajes y qué montañas tenemos, deberíamos estar muy orgullosos, y a veces se nos olvida allí, en Barcelona, todos apretados en el agujero”
La pluralidad de voces en «Canto yo y la montaña baila»
En ”Canto yo y la montaña baila” la autora utiliza diferentes puntos de vista narrativos – que recuerda indudablemente a «Me llamo rojo» de Orhan Pamuk » – para darle voz a los actores de la naturaleza: el corzo, las setas, un perro, la tormenta, todos aportan su visión. También las personas, por supuesto, que revelan un discurso interior cargado de sobrecogimiento ante el poder de los elementos y la fragilidad de la vida.
“Triste montaña. Estas montañas se llevaron a mi Domènec. Un rayo lo partió por la mitad como si fuera un conejo. Dos meses después de que naciera Hilari. Mejor así. Porque no le contagié la pena ni las lágrimas a través de la sangre, como habría pasado si Domènec se hubiera muerto estando yo preñada. Entonces me habría salido mal el hijo, azul de duelo. No. Lloré sola. Lloré de una sola vez todas las lágrimas que Dios me había dado. Y me quedé más seca que un bancal yermo.”
El campo tiene un ritmo diferente en el que la memoria prevalece a través del relato oral, del verso nunca escrito y de las leyendas. Así, en la narración también hay lugar para fantasmas, gigantes y brujas. Bajo las montañas eternas, no solo los vivos cuentan su historia.
“La inspiración, ¡buena compañera!, viene de tiempos lejanos, y también de lo que está cerca. Uno se acuerda de cuando era pequeño, o del día en que murió, o de todas las mañanas de después, o piensa en su madre, o mira lo que tiene delante, la noche, las piedras…”
Más allá de los acontecimientos ciertamente dramáticos de la trama, nos encontramos con un tono celebratorio, que se aleja del pesimismo tan arraigado en la literatura rural. Por el contrario, el dinamismo de la narración atrapa desde el primer momento, con un estilo vibrante que recuerda al realismo mágico de Gabriel García Márquez, pero con un anclaje histórico más profundo, que se remonta las tradiciones centenarias de Camprodón y también a la Guerra Civil.
Una novela que, en definitiva, reivindica lo esencial: La naturaleza, la familia y la memoria de los que no están. Una obra que nos susurra desde la montaña, “la vida es dura sí, pero también es hermosa y vale la pena vivirla”.
Reseña publicada en el semanario «7 Dies».