Cuentos de la Malá Strana – Jan Neruda

Cuentos de la Malá Strana en Praga

Así como Praga es mucho más que la Ciudad Vieja, el barrio Judío y el puente de Carlos, la literatura praguense no se limita al Golem de Gustav Meyrink y a la obra de Kafka. Publicados mucho antes de que la ciudad se convierta en un sinónimo de lo esotérico, lo gótico y lo kafkiano, el conjunto de relatos «Cuentos de la Malá Strana» nos entrega una visión diferente de la capital checa.

Ambientados a finales del siglo XIX, estos relatos se centran en la orilla oeste del río Moldava, en la «Ciudad Pequeña» (así se traduce Malá Strana), el barrio más antiguo de Praga, y especialmente en sus habitantes. Entre los protagonistas encontraremos viejas tenderas aficionadas a jugar a la lotería, pasantes dados a la poesía, estudiantes de abogacía que buscan tranquilidad para leer sus libros, mujeres solitarias con el hábito de arruinar velorios, médicos que escapan de sus pacientes, ancianos enfrentados por un antiguo amor, vecinas chismosas y mendigos caídos en desgracia.

Toda esta fauna humana nos es descrita por un narrador que conoce los claroscuros de cada personaje y la dinámica de la relaciones entre ellos. Es que Jan Neruda vivió en este barrio y conocía como nadie las particularidades de sus vecinos. Así es como en ocasiones se presentará como testigo directo de los hechos:

“El señor Vojtíšek era mendigo. Qué había sido antes, no lo sé, pero debía de ser mendigo desde hacía tiempo, a juzgar por lo conocido que era en Malá Strana, y, dada su salud, podría serlo todavía mucho tiempo: estaba hecho un toro. Cuántos años tenía entonces, creo que lo sé. Una vez lo vi subir con sus característicos pasos cortos colina de San Juan arriba hasta la calle de La Espuela y acercarse al policía Šimr, que apoyado en la barandilla tomaba el sol tranquilamente. ”

En otras dejará volar su imaginación para sumergirse con todos los sentidos en la vida privada de los protagonistas, como en el cuento «Una semana en una casa tranquila» que abre la colección:

«Sentimos que estamos en una estancia totalmente cerrada. En torno, una pura, profunda oscuridad; ni a través de la menor grieta penetra el crepúsculo; por doquier reina tal oscuridad que, si por un momento imaginamos tener delante de los ojos algo claro, es solo el círculo rojo de nuestros propios pensamientos.
Los sentidos, en tensión, detectan hasta las más mínimas señales de vida. El olfato nos informa de que la estancia alberga una especie de aire grasiento, con una vulgar mezcla de vapores. Por un lado, parece como si percibiéramos la madera de abeto o pino y, por otro, como si se tratara de sebo o manteca, y, además, de ciruelas pasas, comino e incluso aguardiente, ajo, etcétera. El oído capta el tictac del reloj.
Debe de ser un antiguo reloj de pared con un péndulo largo en cuyo extremo habrá un fino disco de latón, seguramente algo abollado; de vez en cuando el péndulo, en su monocorde perorata, tartamudea y el disco se agita ligeramente. Incluso ese tartamudeo se repite a intervalos regulares y se convierte en monocorde.

Mientras tanto, oímos la respiración de los durmientes. Deben de ser varios. Las respiraciones se entretejen entre sí. No coinciden nunca del todo, a veces parece que una de ellas se mitigara mientras otra se intensifica, que una concordara con el péndulo, mientras que la otra se acelera y, en ese momento, del otro lado, vuelve a oírse una espiración más fuerte, repentina, como si se tratase de un nuevo párrafo del
capítulo del sueño.

Uno de los durmientes se ha movido y el cubrecama ha hecho frufrú. Su cama de madera ha crujido. En el reloj otro chirrido: un-dos, un-dos, se oye veloz el sonoro sonido metálico, un-dos, un-dos; acto seguido, la voz oscura del cuco. El durmiente vuelve a moverse.
Se puede oír cómo se incorpora en el lecho y retira el cubrecama. Ahora la pierna tropieza con el borde de la cama…, ahora arrastra las zapatillas…, es obvio, una vez se ha calzado con ambas zapatillas. Se mueve y da varios pasos con precaución. Se detiene otra vez; su mano tantea una superficie de madera, bajo la mano suena algo, seguro que han sido las cerillas.
Varias veces la cerilla raspa, varias veces se percibe el humo del fósforo, vuelve a raspar; la maderita se parte, la persona gruñe. Nueva raspadura. Finalmente ondea una llama, que se extiende por la figura en camisa.»

Desarrollado como una historia coral, en este extenso relato también sorprende la habilidad del autor para poner en relieve lo no dicho. A través de sugerencias, miradas o diálogos oblicuos el lector podrá ir tejiendo la red de relaciones – de amor y deseo, de envidia y de odio – entre los moradores de esta comunidad: La «casa tranquila» (notese la ironía) del título.

Jan Neruda, un autor que describe la esencia de la vida en la Malá Strana

La capacidad para reflejar el ambiente del barrio no termina con el primer relato, pues con cada nuevo cuento nos internamos un poco más en aquellas pequeñas historias, a veces meras anécdotas, que forman el folklore particular de esta microcosmos. El estilo de Neruda es cercano, íntimo, como una ventana, o mejor aún, como una mirilla por la que nos inmiscuimos dentro de las alegrias y las tristezas de los personajes. En «El Señor Ryšánek y el Señor Schegel» nos sentamos en la taberna más reconocida, aquella en la que se reunían «los dioses auténticos de Malá Strana» para observar, desde una mesa cercana, a dos seres que no se soportan y que llevan años sentándose juntos sin dirigirse la palabra.

“Mientras permanecían allí sentados día tras día, estaban librando una batalla grande, cruel e inexorable. Luchaban con sus armas: silencio empapado de veneno y el más profundo desprecio. Y la batalla quedaba siempre en tablas. ¿Cuál de los dos pondría por fin el pie en la nuca del contrincante vencido? El señor Schlegel era físicamente más fuerte. Todo en él era corto, conciso, cuando hablaba, parecía como si sonaran golpes. El señor Ryšánek hablaba suavemente, sin prisas, era débil, pero guardaba silencio y odiaba con el mismo heroísmo.”

Parecería que Neruda encuentra la definición justa para cada uno de los actores, revelando su capacidad para poner el ojo en el detalle exacto que marca una personalidad, sin caer en largas descripciones ni en florituras exageradas. Por dar un ejemplo, la soledad, ese rasgo tan común en muchas personas, pero tan difícil de precisar con palabras se refleja así:

«Cuando iba por la calle se asemejaba a una hoja marchita que el viento arrastraba de acá para allá»

La mano magistral del escritor también nos habla acerca de la maldad, la ignorancia y el egoísmo, como parte intrínseca de las relaciones humanas. En «La que arruinó al pordiosero» nos encontramos con una declaración sutil y al mismo tiempo poderosa del enorme daño que pueden causar los los comentarios malintencionados. En su conjunto, el chisme, las versiones acerca de lo que pasó y el boca a boca como parte integral de la vida de un barrio están presentes casi en todas las historias. La gente habla de las «Piedras Preciosas» de Ondino, del Doctor «Arruinamundos», del molesto hábito de la «Rusa». La malicia siempre esta presente, aunque a veces sea con intención comica y solo para pasar el rato, como demuestran en «Charla Nocturna» los 4 jovenes que se juntan todas las noches en el tejado de una casa de la calle de la Espuela:

“¿Y qué jaleo se ha armado hoy en casa del profesor? —preguntó también Novomlýnský—. Usted, Hovora, venía de allí.
—Algo muy divertido —contestó con cara de pillo—. La esposa del profesor encontró unas cartas que su marido tenía guardadas en el escritorio. Eran de una mujer, llenas de declaraciones apasionadas y lo más gracioso: eran de ella misma, de la propia esposa del profesor. Se las había escrito hacía veinte años y estaban todavía sin abrir. Imagínense lo ofendida que se sentía.”

Jan Neruda, el otro escritor icónico de Praga

En «Los Cuentos de la Malá Strana» asistimos tanto a un retrato de época como a un reflejo intemporal del carácter intrínseco del ser humano. Se trata de la obra más perdurable de Neruda, un escritor que aunque no es tan popular fuera de su país, es todo un referente de la literatura Checha.

La calle de La Espuela, una vía empinada que en sus orígenes era el asentamiento de los fabricantes de espuelas y que lleva al Castillo de Praga, fue rebautizada como Nerudovha – Calle Neruda – en su honor. Allí nació y creció, en la famosa Casa de los Dos Soles, este importante autor, cuyo nombre fue elegido a modo de homenaje por uno de los poetas más renombrados del siglo 20, un tal Ricardo Neftali Reyes.

Deja una respuesta