La expresión en inglés «Primal fear» hace referencia a un terror tan instintivo, tan ligado a nuestra naturaleza que excede nuestra capacidad de razonamiento. La expresión no tiene un equivalente adecuado en español:»Miedo primigenio» o «terror instintivo» podrían funcionar pero ninguno mantendría la carga semántica del original. Porque el componente fundamental de la expresión «primal fear» es la angustia ante la inevitabilidad, el temor que siente la presa ante la inminencia de ser devorado o, (apelando a ciertas licencias y a la generosidad del lector), el que siente un padre que no puede proteger a su hijo. Esa desesperación insoportable acecha durante largos momentos en «Distancia de rescate». Justamente la imposibilidad de controlar completamente la seguridad de nuestros hijos, a la que el título hace mención, se revela como la piedra basal del relato.
La historia nos presenta una relación oblicua entre una madre, Amanda y un hijo, David, pero ni Nina, la hija de Amanda, ni Carla, la madre de David están presentes. Solo asistimos a una conversación entre dos voces casi sin cuerpo. La oblicuedad se mantiene en el rol que adopta cada uno, la adulta Amanda, completamente ciega, está totalmente perdida y teme por su hija. En tanto que el niño David, y quien aparentemente conoce qué pasa, es quien la va guiando a través de sus recuerdos hacia un cierto «punto exacto», un «centro» donde todo tendrá sentido.
La deliberada ambiguedad de la conversación y la incertidumbre que se va generando desde un primer momento le dan a esta breve novela un gran dosis de suspenso que nos mantiene en constante alerta, pero quizás la falta de mesetas en la narración la hacen demasiado cuesta arriba. La tensión sube y sube hasta que llega a un punto que satura. Así, el constante tembladeral en que se convierte la historia nos hace sospechar que ya no se puede subir más y que quizás la autora quemó sus cartuchos demasiado pronto. Y es entonces cuando el relato comienza a desdibujarse y el interés a perderse.
En «Distancia de Rescate», la forma en que, detrás de la cotidianeidad, se revela el horror me recordó a Cortázar. Como en los cuentos de ese gran escritor argentino, lo terrible espera a cada paso, solo hay que saber descubrir desde donde acecha el terror. En el caso de esta novela en particular, el riesgo está latente en las consecuencias negativas (o tóxicas) que tienen para el ciudadano común la falta de cuidado del medio ambiente. El diablo, muchas veces, viste traje y corbata.