El Congreso de Literatura – César Aira (1997)

«Si tuviera que definirme diría que escribo libros infantiles para adultos, juguetes literarios para adultos que han leído a Lautremont»

Cesar Aira en una entrevista en el País (junio de 2016)

 

Para quién no ha leído antes a Aira y se aboca a «El Congreso de Literatura» como puerta de entrada a este magistral escritor, quizás sería necesario aclarar que tras el «umbral Aira» hay poco donde aferrarse. Empezando por el título mismo, que anticipa cosas como escritores polemizando, definiciones precisas sobre el arte y hasta un delicioso ejercicio de metaficción. Nada de eso hay en este libro. Al menos no a simple vista. Leer a Aira implica entrar al juego. Abandonarse a los artilugios de su prosa y como en la búsqueda de un tesoro, intentar descifrar las señales.

La historia nos presenta a un narrador/traductor/escritor de poca fama/científico loco que, a modo de prólogo, resuelve un enigma milenario «El hilo de Macuto» que lo transforma de manera instantánea en millonario y que luego planea conquistar al mundo clonando «ad infinitum» al celebérrimo escritor Carlos Fuentes, todo esto mientras en la ciudad venezolana de Mérida (lugar donde se desarrolla) se lleva a cabo el Congreso de Literatura que no tiene más existencia en estas páginas más allá del título.

Por momentos, la trama no parece más que una excusa para desplegar una catarsis (sus especulaciones sobre su hiperactividad mental, que suena casi a pedido de disculpas por el vértigo con el que se suceden las situaciones inverosimiles). Sin embargo, el narrador ya nos ha adelantado que lo relatado no es sino una «traducción» – en línea con el trabajo «serio» del personaje con el que se gana la vida – de la realidad (sea cual sea) a la forma más adecuada para cumplir los objetivos (sean cuales sean. Arriesgaré divertir) del escrito.

«iré «traduciendo» sólo donde sea necesario; donde no sea así, quedarán fragmentos de Fábula en su lengua original; si bien me doy cuenta de que eso puede afectar el verosímil, creo que de todos modos es la solución preferible.»

Ya dentro del «Universo-Aira» todo se acelera, hay vértigo, muerte y la posibilidad cierta de la aniquilación total (inevitable cuando un hay científico loco cerca). Hay, incluso, espacio para un amor, grande como la vida misma, a la vez que decididamente tangencial. Pero el narrador también nos advierte:

«No entraré en detalles, porque sería contraproducente. Me conozco, y sé que el triunfo de mi pudibundez, cuando me pongo a escribir, se traduciría en unos cuentos de hadas tan absurdos que no sé adónde iría a parar. Diré solamente lo básico; mejor que eso, haré un esquema.»

El juego dentro del juego nunca termina. Hay multiplicidad de niveles, de relecturas posibles, incluso necesarias para poder escapar del laberinto. Probablemente sea imposible. Una novela de Aira no lleva más que a otra novela de Aira.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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