El hombre en el castillo – Philip K. Dick (1962)

Nada como empezar un nuevo año con una historia alternativa que resquebraje nuestra visión del mundo. Aunque en esto, por cierto, no hay novedad. Por nuestra web de recomendaciones de lectura ya pasaron «El cuento de la criada» (1985) de Atwood y «La conjura contra América» (2004) de Roth. Es el turno de «El hombre en el castillo» de Philip K. Dick, referente ineludible de este tipo de novelas contrafactuales o ucrónicas.

El desalentador panorama que nos presenta Dick

El escenario es una Norteamerica derrotada por las potencias del eje en la Segunda Guerra Mundial y que, tras el conflicto, queda partida en tres: El Este industrializado y dominado por una Alemania arrolladora. El Oeste, más espiritual, está a cargo del imperio japonés que ha quedado rezagado. Finalmente, en el centro del país encontramos una zona neutral a la altura de las montañas rocallosas. 

La América imaginada por Philip K. Dick

La trama se desarrolla durante la década del 60, sobre todo en los Estados Japoneses del Pacífico y la zona neutral. En ese marco se cruzarán las vidas de un excombatiente devenido en artesano, un anticuario especialista en objetos autóctonos de la preguerra, un poderoso empresario japonés y un espía de la contrainteligencia alemana. Sus trayectorias, a veces erráticas, a veces guiadas por un destino inexorable no son sino una excusa para la que me ha parecido el acierto más notable del relato: Una lúcida descripción (tal vez algo exagerada) del rumbo que hubiera tomado la historia si Hitler se hubiera salido con la suya.

Pero más allá de los personajes, en esta obra los verdaderos protagonistas son dos textos. El primero es el «I-Ching», un milenario libro oracular chino, que a merced de la influencia oriental en la zona, se ha erigido como guía espiritual de la parte «japonesa» del mundo. El segundo es «La langosta se ha posado», una novela que plantea una hipótesis algo descabellada: Que Nazis y japoneses jamás vencieron en la Segunda Guerra Mundial, que EEUU no fue conquistado y dividido, que el mar Mediterráneo no fue desecado para ser utilizado como tierras de cultivo y que el hombre todavía no llegó a Marte entre otras teorías igual de trasnochadas.

Ambos libros marcan el pulso de relato. Tras el trauma de la guerra, en los Estados Japoneses del Pacífico, la conciencia colectiva tanto de vencedores como vencidos ha encontrado en el I-Ching, casi canonizado como referencia moral, una base de apoyo para seguir adelante. Tanto es así que los personajes buscan constantemente consejo en sus predicciones.   Por otra parte, «La langosta se ha posado» ocupa el lugar del objeto prohibido. Este libro, obra de Hawthorne Abendsen (el «hombre del Castillo» del título), se sitúa a su vez como el discurso contrafactual que desafía el orden establecido en el universo de la narración. Cada personaje que entra en contacto con la novela comienza a dudar de su realidad. Y a preguntarse «Que hubiera pasado si…». A través de este dispositivo, el relato se desata y adquiere una cualidad metanarrativa. Como en un espejo, el lector de «El hombre en el castillo» se enfrenta a un lector que, desde ese universo alternativo, nos interpela de manera directa. Y nos pregunta, ¿Es que no dudas tú de tu propia realidad?

La intertextualidad de «El hombre en el Castillo»

Finalmente, la descripción de  una Alemania victoriosa que se lleva (literalmente) el mundo por delante me ha hecho recordar el cuento «Deutsches Requiem» de Jorge Luis Borges. En este relato, Otto Dietrich zur Linde, un oficial Nazi que durante la guerra estuvo a cargo de un campo de exterminio y que está a punto de ser ejecutado por sus crímenes, reflexiona acerca de su destino. Zur Linde pone en juicio su vida y analiza su adhesión al sueño nazi:

«El mundo se moría de fé en Jesús. Nosotros le enseñamos la violencia y la fe de la espada. Esa espada nos mata y somos comparables al hechicero que teje un laberinto y que se ve forzado a errar en él hasta el fin de sus días»

Dick nos enfrenta a la terrible realidad de lo que hubiera sido el mundo bajo el dominio de «la violencia y la fé de la espada» de la que habla Borges. Alemania se convierte en una superpotencia que no tiene ningún reparo en replicar, incluso con mayor efectividad, sus políticas genocidas en la África negra. Sin embargo, el germen de su propia destrucción ya está empezando a gestarse. Sobre todo desde la visión contrapuesta que subyace en la otra mitad del planeta. Un paradigma menos positivista y más conectado con lo espiritual, característica del pensamiento oriental:

«La sociedad totalitaria alemana le parecía al señor Tagomi una forma de vida defectuosa, separada del mundo natural. Defectuosa en todas sus partes, un popurri de insensateces. (…) ¿Qué era Alemania? ¿Qué había sido antes? El señor Tagomi sintió que estaba analizando una pesadilla»

El tema de un destino prefijado también conecta ambas lecturas. Al acudir constantemente al I-Ching, los personajes de Dick parecieran haber perdido la capacidad de decidir por ellos mismos. Sus trayectorias están prefijadas de antemano…en un libro de 5000 años de antigüedad.  A pesar de la sabiduría ancestral revelada a través de sus páginas, el I-Ching no es sino un libro con principio y final. Sus opciones son finitas y están dadas de antemano. Implica un destino que ya está escrito. Zur Linde, en el relato de Borges , llega a una conclusión similar. Para éste último tanto su destino como el de la humanidad ya están predeterminados, «el azar, o el destino, tejió su porvenir» medita. 

Se habla de que el propio autor recurrió al I-Ching para definir aspectos esenciales de la trama. Te corresponde lector, decidir si eso puede ser verdad tras su lectura. Tanto para aquellos que se engancharon con la adaptación televisiva como para los que todavía no descubrieron esta obra de uno de los grandes escritores de Ciencia Ficción del siglo 21, la recomendamos efusivamente.

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