«El hombre que amaba a los perros» – Leonardo Padura (2009)

Por Franco David Hessling

Un español de sesenta y pico de años paseaba a Ix y Dax por la costa de una playa cubana. Se trataba de dos borzoi atípicos para la zona. Para Iván fue la primera vez que veía unos en vivo y en directo. Todavía rebota en las reminiscencias del español el día en que su madre le voló la cabeza a un perrito suyo para enseñarle cuáles eran las prioridades en la vida de un revolucionario. Mientras pasea los perros por la playa centroamericana, Iván lo observa desde lejos y con atención.

No crean que exagero, que trato de rizar el rizo ni que veo confabulaciones cósmicas en cada cosa que me ha pasado en la puta vida: pero si el frente frío anunciado para ese día no se hubiera disuelto con un fugaz cernido de lluvia, sin alterar apenas los termómetros, posiblemente yo no habría estado aquella tarde de marzo de 1977 en Santa María del Mar, leyendo un libro que, así por casualidad, contenía un cuento titulado “El hombre que amaba a los perros”, y sin nada mejor que hacer que esperar la caída del sol sobre el golfo.

Iván relata con cierta exageración, es la voz de un narrador que rememora una tarde lejana, entusiasmado por el impulso para contarlo que no había tenido en años.

Si una sola de esas coyunturas sehubiera alterado, probablemente jamás habría tenido la ocasión de fijarme en aquel hombre que se detuvo a unos metros de donde yo estaba para llamar a unos perros reales que, sólo de verlos, me deslumbraron.  

Perfiles

Entre enemigos, el conocimiento mutuo va más rápido que entre amigos. Tal vez por eso Trotsky sabía que era urgente terminar sus memorias sobre Stalin. El georgiano, por su parte, era consciente de que cargarse a Lev Davidovich Bronstein no sería tarea fácil. Por eso la KGB stalinista preparó especialmente para la ocasión a Ramón Mercader, en un entrenamiento que duró años y que empezó cuando el joven español fue reclutado en tiempos de la guerra civil contra Francisco Franco, para cumplir una misión especial en favor del socialismo soviético. Recibió adoctrinamiento psicológico y físico a manos de personeros y burócratas de la Rusia de Stalin, nunca conoció el nombre real de ninguno. Murió con un lejano recuerdo de la verdadera identidad de su propia madre, también integrante del Partido Comunista español.  

Mercader se infiltró en el círculo íntimo de Trotsky y estuvo mucho tiempo esperando la señal. Por momentos le ganaba la ansiedad y quería precipitar el asunto. Prefería que el devenir apacigue las dudas que lo empezaban a carcomer. Hacía años que no se sentía libre y la excusa de ser un hombre honrado por la misión revolucionaria de altísima importancia que le había tocado, empezaba a sonarle insuficiente. Lo primero que sintió después de hundirle el cráneo al ruso “contra-revolucionario”, según definía la KGB de los años 30 a Trotski, fue un alivio inmenso. Poco tiempo más y se convencería que su víctima era honesta, al revés de lo que le decían esos otros camaradas sobre los que no conocía ni el nombre. Lo asesinó antes de revertir la convicción de que matarlo era un acto de justicia.

El escritor cubano Leonardo Padura recreó las conexiones entre el entrenamiento y adoctrinamiento stalnista a Ramón Mercader, los días de exilio de Trotsky y sus propias decepciones (en la voz de Iván) con la revolución comunista de la Cuba castrista y la Rusia stalinista.

Obra íntegra

Leonardo Padura es crítico del régimen cubano de los Castro, lo que no necesariamente lo pone como detractor de la insurrección que dio origen al proceso. El escritor celebra la Revolución Cubana que depuso a Fulgencio Batista en el 59 tanto como el más ferviente defensor actual del gobierno que pervive desde entonces, sólo alternando algunos apellidos en el mando del partido. O lo que es lo mismo: en el mando del gobierno. Padura forma parte importante de las letras cubanas de una generación que no protagonizó la revolución, heróica como gesta, y que por lo tanto pudo criticarla con más desparpajo, cuidándose siempre de reconocer el mérito histórico de haber eyectado al dictador. Sin el romanticismo o la carga histórica de la experiencia, demoró poco en ventilar sus diferencias con el gobierno que por décadas estuvo en manos de Fidel Castro, múltiples veces blanco de ataques de la CIA. El autor de «Herejes» tenía apenas tres años cuando los guerrilleros barbudos entraron en La Habana colgando laudos a su revolución.

«El Hombre que amaba a los perros», contrario a lo que pregonan quienes tienen nublado el sentido estético por el macartismo, no es una novela sobre León Trotsky a secas. Ni siquiera es un texto sobre la muerte del ruso en México, por el contrario, es una fina crítica al gobierno de Joseph Stalin, sin endiosar la figura del exiliado, perseguido y asesinado por la burocracia stalinista, sino más bien concentrándose en el epílogo de la vida de Ramón Mercader, el matarife que terminó con Lev Davidovich Bronstein de una estacada y que falleció luego en Cuba.

Padura admite que el caso de Trotsky fue emblemático si lo que se intenta es pincelarlos visos autoritarios de una revolución que sorbió mieles al vencer al ejército nazi, pero que también mancilló valores básicos del socialismo como la libertad de tendencias. Gran parte de la familia del fundador del Ejército Rojo estaba muerta cuando Mercader le hundió la piolet la tarde del 21 de agosto del40, en Coyoacán.

El autor cubano no se priva de hacer un semblante de Trotsky, reconstruyendo con literalidad sus días en el exilio junto a su segunda esposa, Natalia Sedova. Aunque su familia estaba diezmada y su matrimonio tenía porquerías maritales como cualquier otro, Lev jamás cesó en sus tesituras revolucionarias y su labor cotidiana de conspiración.

Parte de los aciertos de Padura en su novela histórica estriban en retratar al stalinismo sin caer en la tentación de justificar a la CIA y al imperialismoliberal-democrático de los yanquis. Nobackyard. La novela presenta sus críticas como una composición en la que predominan las reconstrucciones sobre hechos concretos de las vidas de LeónTrotsky y Ramón Mercader, y por intermedio de ellos, de las relaciones entre el régimen stalinista y el socialismo cubano. En «El Hombre que amaba a los perros», Padura habla de sus críticas a través del texto como composición integrada, aunque lo autobiográfico aparezca en el personaje de Iván, el escritor frustrado e ignoto que se topó con Mercader en sus últimos días antes de morir y que tras muchos años decide trabajar en un libro para contarlo. Iván enuncia las frustraciones del propio Padura con respecto al proyecto revolucionario de los barbados, pero sólo a través de las historias de Mercader entrenado para matar y Trotsky exiliado es que se entiende la crítica al stanilismo y, desoslayo, de nuevo a la revolución cubana por alinearse por detrás.

Debido a ello se trata, por antonomasia, de una novela incisiva en términos políticos y de alto valor literario. Una demostración más de que la crítica política y la literatura no son incompatibles. La posición de Padura es clara y a contracorriente del discurso común en Latinoamérica, sobre todo para quienes viven fuera de Cuba: que cualquier crítica o miramiento con el gobierno cubano te pone inmediatamente en la vereda del frente, es decir, a favor de los gringos y del imperialismo angloparlante. Padura tercia y altera ese orden de antípodas e introduce agudas resignaciones a lo que significaron las revoluciones cubanas y rusa, específicamente a los regímenes castrista y stalinista.

El narrador cubano entrelaza registros enunciativos con historias de vida y críticas políticas, todo en una novela a la que sería ocioso encasillar en un género. 

Deja una respuesta