El último samurai – Helen DeWitt (2000)

Tanto Sybilla como su hijo Ludo son excepcionales: Extraordinariamente inteligentes (El niño incluso bordea la genialidad), perspicaces y, dentro de todo, emocionalmente estables. Sin embargo, ambos llevan una vida casi marginal y llena de carencias económicas en un pequeño apartamento de los suburbios de Londres. Sus días transcurren entre visitas a los museos gratuitos (algo común en esa ciudad), interminables vueltas en la línea circular del metro londinense (con el solo objeto de ahorrar en calefacción) y la visión de un clásico del cine, «Los siete samurais» de Akira Kurosawa.  Sybilla ha decidido ocultar la existencia de Ludo a su padre biológico, por lo que recurre a esta película para darle a su hijo un modelo masculino adecuado de lo que es la «heroicidad».  Aqui vale un aparte. ¿Es necesario ver la obra de Kurosawa para entender mejor la novela? Recomendaría que sí.

Así como James Joyce utilizó la estructura de la «Odisea» como principio ordenador en el «Ulises» ( El poeta y crítico T. S. Elliot aseguró que los escritores modernistas recurrían a mitos y formas del pasado para dar orden al caos del presente), DeWitt recurre a «Los siete samurais» para dotar de sentido a su novela.  No podríamos considerar a DeWitt como modernista, aunque el libro exhibe la búsqueda desprejuiciada de un lenguaje, de una manera diferente de narrar que nos remite a los experimentos de Virginia Woolf, de Ezra Pound y del propio Joyce.

La película se mantiene como la constante que estructura una narración fragmentada: Las voces de Sybilla y Ludo se entremezclan en charlas caóticas, cruzadas por referencias erúditas, respuestas ingeniosas (a veces sentimos que solo ellos dos pueden entender de qué están hablando) y el aprendizaje de idiomas complejos como el japonés, el finés y el griego antigüo. La primera mitad del relato se transforma en una conversación entre genios. Parece que la autora está jugando con nosotros. La sensación remite a un pasaje de la historia: Al ver a Ludo leyendo la Odisea (en relacion a lo que mencionamos en el párrafo anterior el guiño no puede ser casual) en griego antiguo en el Metro, la gente «normal», descolocada ante la escena, interroga a Sybilla sobre su hijo. Como lectores, nos enfrentamos a un reto similar, interpelando constantemente el relato, buscando donde hacer pie para «entender» la narración.

La segunda mitad del relato se inicia cuando a los 11 años, Ludo descubre la identidad de su padre biológico. Su desilusión («Si peléaramos con espadas de verdad te mataría» piensa al conocerlo citando la película) lo empujan a buscar un sustituto. Su busqueda está modelada siguiendo las escenas del film de Kurosawa. Así como en la película el primer samurai va reclutando guerrero tras guerrero, Ludo intenta convencer, uno tras otro, a hombres «aparentemente»  valiosos (un linguista, un astrofisico, un artista millonario entre otros) de sumarse a su cruzada, es decir, de convertirse en su padre.

Pero en paralelo a la evolución de los personajes principales, la narración revela un profundo cuestionamiento de temas como la educación, el arte, la familia o el aún más escabroso del suicidio. Sería muy fácil catalogar a esta obra como un Bildungsroman o «novela de crecimiento». Creo que DeWitt también le ha dado una vuelta de tuerca a esto: No solo los personajes atravesan un proceso de aprendizaje, también el lector lo hace. Los libros que nos dejan huella como lectores son aquellos que encienden una pequeña chispa, un cuestionamiento de nuestra identidad o de nuestra realidad. «El último samurai» posee ese potencial.

Las editoriales generalmente etiquetan a una obra como «de culto» cuando no son fáciles de digerir para el público en general. La travesía a través del relato se vuelve por momentos tortuosa, pero medida que se avanza la desorientación disminuye y la potencia narrativa de DeWitt pasa a primer plano. Así, la complejidad del inicio deja paso a la simpleza de contar historias, al componente meramente lúdico de la narración. Una novela  completa y compleja, una obra «de culto» que con los años se convertirá en un «clásico».

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