Las editoriales tomaron nota de que hay mucha gente buscando libros para leer durante la cuarentena y tuvieron la interesante iniciativa de liberar algunos muy interesante. Entre mis preferidos se encuentran «La tormenta de nieve» de Tolstoi, regalado por Acantilado y dos bombazos de Anagrama: «Las cosas que perdimos en el fuego» de la Enriquez y «Fiesta en la Madriguera», de Juan Pablo Villalobos que me leí de manera fulminante y que desmenuzo a continuación.
Una mirada ingenua de la violencia
En «Fiesta en la Madriguera», un niño intenta comprender el mundo que lo rodea. Quien habla es Tochtli, que vive recluido en el medio de la selva. La imposibilidad de relacionarse, por ejemplo, con pequeños de su edad queda rápidamente manifiesta. El pequeño absorbe la realidad a través de la tele y el diccionario, de allí que pueda describir el mundo solo con 5 palabritas «difíciles»: sórdido, nefasto, pulcro, patético y fulminante.
En las primeras páginas también descubrimos que Tochtli es millonario; pronto deduciremos por qué y comprenderemos como la relación del niño con la muerte está naturalizada casi desde la cuna de una manera nefasta:
«Todo esto lo sé por un juego que jugamos Yolcaut y yo. Uno dice una cantidad de balazos en una parte del cuerpo y el otro contesta: vivo, muerto o pronóstico reservado.
– Un balazo en el corazón.
– Cadáver.
– Treinta balazos en la uña del dedo chiquito del pie izquierdo.
– Vivo.
– Tres balazos en el páncreas.
– Pronóstico reservado.»
La ingenuidad y la simplicidad del protagonista en su incompleta visión impregnan a la historia de un humor filoso y oscuro. Cada reflexión del niño posee un nivel más profundo que al ser explorado genera una incomodidad. Así, un ambiente sórdido envuelve la narración:
«Hoy hubo un cadáver enigmático en la tele: le cortaron la cabeza y ni siquiera se trataba de un rey. Tampoco parece que fuera obra de los franceses, que gustan tanto de cortar las cabezas. Los franceses ponen las cabezas en una cesta después de cortarlas…
Los mexicanos no usamos cestas para las cabezas cortadas. Nosotros entregamos las cabezas cortadas en una caja de brandy añejo. Parece que eso es algo muy importante porque el señor de las noticias repetía una y otra vez que la cabeza la habían enviado dentro de una caja de brandy añejo.»
Una atmósfera ominosa en Fiesta en la Madriguera
Por la irrealidad del mundo reflejado en la narración del pequeño y también por los nombres de los personajes, el relato se adentra en el terreno del mito o la fábula. En idioma Náhuatl, lengua ancestral de la selva mexicana y centroamericana, Tochtli es conejo; su padre Yolcaut, serpiente cascabel; Mazatzin, (el tutor del niño) significa venado o ciervo, mientras que los secuaces del narco son Miztli y Chichilkuali: el puma y el águila roja.
Por supuesto, al leer una fábula uno se predispone inconscientemente a recibir una moraleja. No encontraremos una explícita; el lugar del correctivo moral lo ocupa una sensación de tragedia inminente. Todos los que están en la madriguera (incluso el todopoderoso líder) viven con una espada pendiendo de sus cabezas.
La exposición del protagonista a la violencia y las medias verdades que su padre le ofrece para entender sus circunstancias, también dejarán su huella. Los persistentes dolores estomacales que sufre Totchtli son señales de alerta que el autor va sembrando en el desarrollo de esta breve novela.
A medida que el relato avanza, la tensión aumenta casi imperceptiblemente. Mucho tiene que ver el estilo pulcro y contenido de la narración, en la que el foco nunca se desvía. La sensación de encierro también se intensifica, incluso cuando los protagonistas abandonan la madriguera.
Apuntes para conseguir un hipopótamo como mascota
«Esto es lo que pasaron hoy en las noticias de la tele: en el zoológico de Guadalajara los tigres se comieron enterita a una señora, menos la pierna izquierda. A lo mejor la pierna izquierda no era una parte muy suculenta. O a lo mejor los tigres ya estaban satisfechos. Yo nunca he ido al zoologico de Guadalajara. Una vez le pedí a Yolcaut que me llevara, pero en lugar de llevarme trajo más animales al palacio. Fue cuando me compró el león. Y me dijo algo de un señor que no podía ir a una montaña y entonces la montaña caminaba»
Los hipopótamos que Pablo Escobar llevó (junto a otros animales salvajes africanos) a su finca en Colombia son un guiño a descubrir en la segunda parte del relato. El pequeño Totchtli desea hipopótamos enanos de Liberia y viajarán al continente negro para encontrarlos. Estos excesos no son nuevos en el palacio de Yolcaut, que ya cuenta con bestias traficadas desde la otra punta del mundo. Los leones, nos informa el pequeño, son muy útiles para deshacerse de los cadáveres.
«Desconfía de las personas que crian cerdos», revelaba el personaje de Brick en la fundamental «Snatch» de Guy Ritchie. Pero México no es Inglaterra y en tierra azteca quizás sea mejor desconfiar de los que crían leones y cocinan pozole como lo hacen en la Madriguera. Este plato típico se prepara – según la tradición – con cabeza de cerdo y – según las malas lenguas – con carne humana. De nuevo la tradición oral y el mito.
La expedición por África – una travesía sencilla con los bolsillos llenos de dólares – nos entrega un desenlace patético, con Totchtli rebelándose por primera vez. El conflicto con su padre funciona como cierre de su niñez y perfila la parte final del relato. El paso a la adolescencia, en sus circunstancias, equivale a la madurez.
Escrita en 2010, «Fiesta en la Madriguera» prefigura la espiral de violencia que ha marcado a México en la última década y que ha abierto un camino en el que pueden ubicarse otras novelas como «Olinka» de Antonio Ortuño o la finalista del Booker Internacional 2020, «Temporada de Huracanes» de Fernanda Melchor, que también reflejan esta parte de la realidad de un país que al igual que Pedro Páramo es «un rencor vivo».