Furtivos – Tom Franklin

Una advertencia antes de comenzar: este libro derrocha testosterona por los cuatro costados.  Y adrenalina, mucha adrenalina. En «Furtivos» (Poachers en el original, publicado hace casi ya 20 años) cada relato es como un golpe. Directo. Sin florituras ni concesiones.  Sus protagonistas se debaten entre seguir luchando por sacar la cabeza fuera del agua o hundirse. Perdedores todos, que se la juegan a un golpe de suerte, a que algo los saque de un trabajo rutinario, de un matrimonio agobiante, de una vida miserable. Pero la crudeza que destilan estas historias, no evitan que el autor nos ofrezca un retrato, exuberante y espléndido, de la naturaleza. Un universo desconocido para casi todos nosotros, donde violencia y belleza se ofrecen a partes iguales.

Franklin es un escritor de sensaciones. Sus personajes comparten sus experiencias a través de sus sentidos: El negro cegador de miles de murciélagos atacando la noche; el verde brillante de la mala hierba, que se esparce sin control, colgando de los postes de la luz; el rojo profundo de las sandías, y en las que una hechizera de Vudú puede leer el futuro, reventadas contra el suelo. El aroma del río. Y al bosque, en sus oídos y en su piel:

«Los pelos de la nuca se le erizaron. Se arrodilló, bajó la cabeza, cerró los ojos y escuchó. Escuchó la lluvia, la escuchó sobre las hojas y los troncos de los árboles, y el agua de los charcos chapoteando contra sus orillas minúsculas, y detrás de esos sonidos aún había otros sonidos: Un ruiseñor replicando a una urraca. Un ardillla gritando y otra contestando. Al policia que lo perseguía cayéndose a medio kilómetro de distancia. Y otro sonido más. Este más cercano. Un fósforo encendiéndose.»

El extracto, justamente, pertenece a Furtivos, cuento que da título a la colección. Se trata del último relato y el más extenso, en el que  tres jóvenes hermanos, críados en el bosque y que sobreviven a base de la caza furtiva, deben enfrentarse a un despiadado guardia forestal, un ser legendario que podría o no tener poderes sobrehumanos.

«Habían escuchado las historias acerca del tal Frank Davis: el guardia forestal levantándose desde las aguas negras en una noche sin luna; Se decía que era un rastreador tan sagaz que veía en la oscuridad; incluso podía seguir a un hombre a través del pantano más profundo guiándose solo por el aroma del miedo que destilaba su víctima. Una sombra agazapada, acercándose entre las madrigueras de los castores, los cipreses y las enredaderas, separando mechones de musgo húmedo con su rifle, deslizándose hacia las brillantes luces de las cabañas de los furtivos…»

Lo mencioné al inicio de la reseña. Testosterona y adrenalina: El tirón que se siente en la línea cuando pican a la carnada, el aroma de la lluvia entre los árboles, un venado en la mira de la escopeta, nadar en un lago perdido entre los árboles en el medio de la noche, barro hasta las orejas. Son las imágenes de este libro. Creo, quizás me equivoque, que más allá de su evidente calidad literaria, a las mujeres les puede resultar más difícil disfrutar de este libro y no tan solo por que en cada relato sobrevuela ese código masculino nunca escrito de lealtad al hermano, al padre o al amigo caído, sino por la imagen un tanto simplista y unidimensional que se da del sexo femenino. Un libro que parece decir: la naturaleza es para los hombres. ¿La naturaleza es solo para los hombres? No creo que siempre sea tan así.

 

 

 

 

 

 

 

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