A veces, cuando queremos hablar de libros recomendados, las palabras (otras palabras, nuestras palabras de «supuestos» expertos, críticos, lectores ocasionales) están de más y es suficiente con un extracto, una cadena de sonidos que, asimilados a través de nuestra conciencia, forman la cadencia de ese libro único y maravilloso (perdón Borges por el plagio necesario) formado por todos aquellos libros eternos.
La señora Dalloway es uno de esos libros catalogados como universales. Se pueden encontrar infinidad de análisis acerca de esta obra, su argumento, su técnica innovadora y la trágica vida de su autora, lo que hacen innecesario que nos dediquemos a ellos aquí, como ya dije, solo hace falta un extracto, sumergirse en ese pedazo de tiempo que nos demandan esa palabras, que en su superficie parecen tan despreocupadamente distribuidas pero que generan infinidad de conexiones con el alma humana.
«Un sonido le interrumpió; un sonido frágil y tembloroso, una voz burbujeando sin dirección ni vigor, sin principio ni fin, qué débil y aguda y con total ausencia de humano significado articulaba
i am fa am sofu sui tu im u…
Voz sin edad ni sexo, la voz de una vieja fuente brotando de la tierra; voz que salía, exactamente en frente de la estación del metro de Regents Park, de una alta y temblorosa forma, como una chimenea, como una oxidada bomba de agua, como un árbol azotado por el viento y perennemente carente de hojas, que deja que el viento pase una y otra vez por sus ramas cantando
i am fa am so fu sui tu im u
y se balancea, rechina y gime, en la eterna brisa.
A través de todas las edades cuando el pavimento era hierba, cuando era tierra pantanosa, a través de la edad del colmillo y del mamut, a través de la edad del silente amanecer la zaparrastrosa mujer, llevaba falda, con la mano derecha extendida, y la izquierda clavada en el costado, estaba en pie cantando una canción de amor, del amor que ha durado un millón de años, cantaba, del amor que prevalece, y hacía millones de años su enamorado, que llevaba siglos muerto, había caminado, canturreaba con ella en mayo; pero en el curso de las edades, largas y llameantes como días de verano, recordaba, desnudas salvo por los rojos ásteres, él se había ido; la enorme guadaña de la muerte había segado aquellas tremendas colinas, y cuando por fin descansó ella la blanca e inmensamente vieja cabeza en la tierra, transformada ahora en meras cenizas heladas, suplicó a los Dioses que dejaran a su lado un manojo de púrpura bermejuela, allí en su tumba que los últimos rayos del último sol acariciaban; porque entonces el espectáculo del universo habría terminado.
Mientras la vieja canción burbujeaba, frente a la estación del metro de Regents Park, la tierra todavía parecía verde y florecida; la canción, a pesar de surgir de tan ruda boca, simple orificio en la tierra, también embarrada, con fibrosas raíces y hierba enmarañada, la vieja, trémula y burbujeante canción, empapando las entrelazadas raíces de infinitas edades, esqueletos y tesoros se alejaba formando riachuelos sobre el pavimento a lo largo de Marylebone Road, bajando hacia Euston, fertilizante, dejando una húmeda huella.
Recordando todavía que una vez en un mayo primigenio había paseado con su enamorado, esta oxidada bomba de agua, esta zaparrastrosa vieja, con una mano alargada para recibir una moneda, con la otra clavada en el costado, estará todavía allí dentro de diez millones de años, recordando que una vez paseó en mayo, allí donde ahora se persiguen las olas del mar, con no importa quién. .. Era un hombre, oh, sí, un hombre que la había amado. Pero el paso de las edades había empañado la claridad del antiguo día de mayo; las flores de coloridos pétalos estaban ahora canas y plateadas por la escarcha; y la mujer ya no veía, cuando imploraba a su enamorado (como muy claramente hizo ahora) mira bien mis ojos con tus dulces ojos, ya no veía ojos castaños, negro bigote o cara tostada por el sol, sino una forma imprecisa, una forma de sombra, hacia la que, con la pajaril lozanía de los muy viejos, todavía piaba dame tu mano y deja que te la oprima suavemente (Peter Walsh no pudo evitar darle una moneda a aquel pobre ser, al subir en el taxi), y si alguien nos ve, ¿qué importa?, se preguntaba; y tenía la mano clavada en el costado, y sonreía, metiéndose el chelín en el bolsillo y todos los ojos de inquisitivo mirar parecieron quedar borrados, y las generaciones que pasabanajetreados individuos de la clase media atestaban la acerase desvanecieron, como hojas, para ser pisoteadas, para quedar empapadas, para amontonarse, para transformarse en mantillo junto a aquella eterna fuente. ..
i am fa am so fu sui tu im u «
La imagen que acompaña es tan necesaria como las palabras para la recomendación, la foto (tomada por mí en Londres, en 2014) revela la inmanencia de la obra de la que estamos hablando. Esa señora, esa «bomba oxidada» tarareando su canción de la cual hablaba Virginia Woolf sigue existiendo, mi foto está para probarlo, tan solo han cambiado las fechas en el calendario y una, quizás dos, circunstancias que la rodean.