Aunque nos lo quieran vender así, el verano no siempre trae relajación: trabajo con temperaturas mercurianas (para los working class como yo), sufridas vacaciones familiares con niños propios o ajenos, fiestas populares bajo normas Covid, todas situaciones diseñadas por un demiurgo encarnizado. Por ello, os dejamos una lista que puede ayudar a desconectar de verdad, ya sea en la playa, en la montaña o en la tranquilidad del hogar. Nada como un mundo imaginario, alejado de cualquier atisbo de la realidad
Crash – J.B. Ballard
Un grupo de personas – casi una secta – que se reconocen adictos a un tipo muy particular de estimulación sexual. Participar – quizás morir – en accidentes de transito surge como una nueva manera de sexualidad, nacida de la perversión de la tecnología. Guiados por la enigmática figura del doctor Robert Vaughan, «un pesadillesco ángel de las autopistas», los integrantes de este grupo buscan recrear aquellos choques protagonizados por gente famosa. Un punto de partida tan singular para una lectura que seguramente abstrae de la monotonía cotidiana. En esta linea, la adaptación cinematográfica de Cronenberg es igual de perturbadora y también merece ser revisada.
Baba Yagá puso un huevo – Dubravka Ugresic
Una obra estructurada a partir de una figura mítica de la cultura popular centroeuropea. Baba Yagá es una anciana sombría que responde al arquetipo de la bruja de cuentos medieval: vive sola en una casa construída sobre patas de galina en el medio del bosque, para más inri, rapta niños, vaya uno a saber con qué fin. A partir de este hilo conductor, Ugresic entrelaza narraciones con protagonistas que pueden verse como las diferentes caras de Baba Yagá. Una escritora que regresa a la Bulgaria natal de su madre, que, atormentada por la vejez, le pide que visite los lugares a los que ella ya no podrá volver; un trío de ancianas misteriosas que se hospedan durante unos días en un spa especializado en tratamientos de longevidad; y una folclorista que investiga incansable la figura tradicional de la bruja. La Europa oriental, como umbral hacia lo exótico y la posibilidad de viajar con la imaginación.
Mitos Nórdicos – Neil Gaiman
Es verdad, se trata de la opción «fácil», a la luz de la popularidad que tienen hoy dioses reinventados como superhéroes. Pero lo cierto es que lo interesante de este libro, muy bien escrito y adictivo a su manera, es que nos ayuda a descubrir la verdadera naturaleza de Thor, Loki o redescubrir a divinidades menos valoradas como Balder, el verdadero dios de la inteligencia. La imaginación de las narraciones es desbordante y para muestra basta describir brevemente como Loki, se «libra» de una de sus travesuras: convirtiéndose en una yegua que distrae al caballo de uno de los gigantes que asediaba Asgard (por culpa de Loki, claro). Pero no todo termina ahí, al tiempo, la yegua-Loki vuelve embarazada y lo que trae en su vientre es nada menos que la criatura que amenaza destruir la morada de los dioses. Otros episodios, como la descripción del árbol a partir del cúal se estructura el universo o cómo Thor consigue su martillo también son imperdibles.
Dublinés – Alfonso Zápico
Una elección marcada por gustos personales y nacida de la admiración profunda a la obra de James Joyce. Esta novela gráfica explora la vida del escritor irlandés. Una figura paradojica, relacionado profundamente con Dublín a partir de la colosal, polifónica y renovadora «Ulises» y de su colección de cuentos, «Dublineses» (con un estilo más clásico y mi obra preferida de este artista). La vida de Joyce replica la de muchos escritores: estrecheces económicas, incomprensión del público, éxito tardió y una fama mucho mayor tras su muerte. Una épica a pequeña escala a través de la tumultuosa primera mitad del siglo 20: guerra de Independencia Irlandesa y las dos guerras mundiales incluídas. Punto aparte para las detalladas ilustraciones de Dublín y París.
Los últimos balleneros – Doug Bock Clark
Entre 2014 y 2017, el periodista Doug Bock Clark convivió en la remota isla indonesia de Lembata, conocida como «La Tierra Olvidada», con la tribu de los lamaleranos, una de las sociedades más solidarias del mundo y la única que todavía depende para su sustento de la caza de cachalotes –el mamífero dentado más grande del mundo– y que solo emplea métodos tradicionales: arpones de bambú y barcas de remo. Una comunidad que aún vive en equilibrio con la naturaleza, perpetuando una práctica con un fuerte componente ritual y épico, y que asiste a la paulatina desaparición de sus costumbres bajo la presión de un mundo globalizado.
Fruto de esa experiencia y de un meticuloso trabajo de documentación, Clark –uno de los poquísimos occidentales que domina la lengua lamalerana– ha escrito una obra fascinante y singular. Entre la crónica y la novela, el relato de aventuras y la divulgación antropológica, el autor construye un extraordinario y vivísimo retrato del coraje, las aspiraciones y las emotivas historias de algunos de los pobladores de Lamalera.
Al principio, la batalla tuvo lugar tan cerca de la orilla que las esposas de los balleneros la presenciaron como si los promontorios fuesen gradas y el mar, un estadio. Fransiska Hariona, la esposa de Yosef Boko, era dada a inquietarse, pero las espumosas explosiones que levantaban las ballenas le preocupaban menos que perder de vista a Jon, su bebé. La caza de la ballena comportaba riesgos, los hombres resultaban heridos e incluso,
en ocasiones, perdían la vida, pero todo ello formaba parte de una rutina tan establecida que la sensación de peligro se veía amortiguada.
Frans se prestó voluntario para la misión. Mientras se deslizaba a lo largo de la estacha impulsándose con una mano y aferrando un duri con la otra, no temió a los peces martillo, los tiburones blancos ni los tiburones tigre que nadaban bajo él entre la bruma roja. Cuando unos pocos de ellos acortaron distancias y lo golpearon con el morro como hacen los perros, él les propinó una patada en la zona del hocico. Los lamaleranos creen que un tiburón nunca atacará a un hombre de corazón puro, y él se tenía por uno. De hecho, cuando cazaban tiburones, solía subirlos a pulso a la téna para abrirlos en canal. (Un antropólogo que convivió con la tribu en la década de los ochenta del siglo pasado describió haber visto a algunos hombres nadando en las rompientes de bahía Lamalera y arrastrando tiburones tigre de la cola hasta la orilla, donde los mataban a golpes).
Una impresionante hazaña literaria sobre un modo de vida en extinción y sobre el choque de la tradición con la modernidad. (publicado en la web de Libros del Asteroide). Link a las primeras páginas