Que la Enriquez es una discípula aventajada de Sthepen King o Shirley Jackson no es ninguna novedad. En los relatos de esta colección, la ganadora del Premio Herralde de Novela 2019 nos adentra en un territorio a la vez cercano y desconocido: el alma humana. Lo hace a través de un camino tortuoso, pero condenadamente divertido. Nos gusta reír y nos gusta asustarnos. En los 12 cuentos de «Los peligros de fumar en la cama» de Mariana Enriquez hay sonrisas y sobresaltos de sobra.
La visión oscura en los cuentos de Mariana Enriquez
Si bien se recargan mucho las tintas sobre el componente de horror en los cuentos de esta autora, tuve otra sensación más fuerte: la de un humor negrísimo afincado en el costumbrismo. Una máxima-lugar común que se escucha muy frecuentemente es la de que los buenos autores escriben sobre lo que los rodea. Mariana Enriquez conoce muy bien el barrio, sus jerarquías, su lenguaje, sus reglas no escritas y esto se evidencia en los mejores relatos de este volumen. Aquellos que reflejan ese mundo. «El Carrito» y su pequeño universo que se derrumba poco a poco. También los ritmos propios tan íntimos y particulares de los grupos de amigas como en «La Virgen de la Tosquera» o «Cuando hablábamos con los muertos».
Por supuesto que hay terror y del bueno. A veces de la mano de seres sobrenaturales de mayor o menor virulencia – estoy pensando por ejemplo en el diálogo a tres bandas que se inscribe entre el primer cuento, «El desentierro de la Angelita», el del medio, «El mirador» y el último, «Cuando hablábamos con los muertos» -. En otras ocasiones lo que perturba es el morbo de los vivos; los relatos «Carne», «Donde estás corazón» o el cuento que dá título al libro son un claro ejemplo de esto. Las relaciones familiares también se exploran como origen de un miedo primigenio e inexplicable, como en el aterrador «El Aljibe». Pero si algo flota sobre todos los relatos es la sensación de que hay una maldad inherente al ser humano que va más allá de cualquier elemento sobrenatural.
La aproximación al miedo en «Los peligros de fumar en la cama»
Una mención aparte para el estilo conciso de Enriquez, que necesita pocas oraciones para establecer una atmósfera. Nos lo demostró Spielgberg en «Tiburón», nada asusta más que la sugerencia. Una muestra de esta cualidad de su escritura podría ser el inicio de «El Carrito»:
«Juancho estaba borracho esa tarde, y se paseaba por la vereda bravucón, aunque ya nadie en el barrio se sentía amenazado, o siquiera inquieto, por su presencia intoxicada. A mitad de cuadra, Horacio lavaba el auto como todos los domingos, en shorts y chancletas, la panza tensa y prominente, el pelo en pecho canoso, la radio con el partido. En la esquina, los gallegos del bazar tomaban mate con la pava en el piso, entre las dos sillas reclinables que habían sacado afuera, porque el sol estaba lindo. Enfrente, los hijos de Coca tomaban cerveza en el umbral, y un grupo de chicas recién bañadas y demasiado maquilladas charlaban paradas en la puerta del garaje de Valeria.»
En este cuento además se revela otra de los principales temas que parecen desvelar a la autora: la conciencia de clase. Así, el trasfondo social aparece, a veces solo sugerido (en «El aljibe», la sola mención de un viaje en Renault 12 a Corrientes para ver a una curandera nos dibuja un estrato particular de un plumazo), a veces desbordante, casi supurante. Me refiero a relaros como «Chicos que faltan» o «El Carrito», fiel reflejo de la crisis argentina del 2001 (y que puede leerse como una maldición repetida).
La crítica social también es muy fuerte en el que considero es el relato más flojo, «Rambla Triste», una suerte de crónica del desarraigo desde una Barcelona alucinada. Aquí, Enriquez, está muy alejada del escenario en el que mejor se mueve. Y la provincia de Buenos Aires está a 10.000 kilómetros de Cataluña.
Enriquez es, además, parte de una generación de escritoras latinoamericanas interesadas en como el terror forma parte esencial de la cotideaneidad. Entre ellas Samanta Schweblin o Monica Ojeda, autora de la muy halagada «Mandíbula» ( libro que no me terminó de convencer y que dejé a mitad de la lectura) . En el caso de Argentina hay una expresión muy típica para referirse a algo que es muy malo, grotesco o ridículo: «es de terror». La realidad argentina muchas veces puede ser etiquetada como «de terror». Y es que el miedo – «no a los muertos sino a los vivos» reza otro dicho – forma parte del día a día del argentino de a pie. Estas escritoras no hacen sino reflejarlo a través de palabras.