Empezar un post cuando a tu PC le queda un 12% de bateria es una mala idea, pero tiene cierto aire a desafío. Y pienso, ¿podré terminar esta entrada antes de que todo se funda a negro, se despierten las bestias hambrientas o algún otro imprevisto cercene esta ola de efusividad? De momento ya he perdido un 1 por ciento, así que vamos a los libros recomendadas de esta primera mitad de setiembre del año de la peste.
Es culpable siempre es «El Otro»
Una novela de terror tiene que ir hasta las últimas consecuencias. El autor de «El Otro», Thomas Tryon, acata este postulado a rajatabla en esta historia de gemelos (al menos uno de ellos es malvado) ambientada en un pueblito de la costa oeste norteamericana durante la primera mitad del siglo 20
El terror familiar – ¿podría aspirar a la categoría de subgénero? – es quizás el más efectivo de todos. Pienso en películas como El exorcista o la notable Hereditary; en libros como «Los elementales» de Michael McDowell o Carrie) y en esta pequeña joyita – que según la editorial incluso «convenció» a Stephen King de ser escritor -. Las inestables y subterráneas relaciones de amor, odio, ternura y desconfianza entre los integrantes del hogar son lo que da fuelle al relato. Si bien la vuelta de tuerca es obvia desde los primeros capítulos, la potencia de la narración va por otro lado. Conviene prestar atencion a cada detalle de la trama, pero les prevengo que no va a ser suficiente. Los gemelos Niles y Holland se saldrán con la suya en todo caso.
El Atlas de William T. Vollmann, un mundo a su medida
Utilizo el 7 % restante para comentar brevemente una obra con la que me esta costando entrar en ritmo. De entrada, el concepto promete, en «El Atlas» el autor vuelca sus experiencias en escenarios exóticos y peligrosos: la caza de Morsas en Alaska, los Balcanes durante la guerra, Somalía en los 90. A priori uno creería que es un conjunto de crónicas – crudas, certeras, relatadas in situ, con cierto vuelo poético – ; y algo hay de eso, pero también más. Muchos de los relatos son pasajes (y también paisajes) oníricos, apenas la expresión de la percepción interior propia del narrador, que modela la experiencia (o el recuerdo de la misma).
Esta conjunción de crónica y expresionismo puede entenderse como un mapa personal del mundo del autor, (¿acaso no somos nosotros quienes damos forma a la realidad a través de nuestros sentidos?), delineado a través de su visión, también de sus caprichos.
«Al frente había colinas cónicas marcadas de arbustos azules y rojos. La carretera terminaba al llegar a ellas, como una amante llorosa que, tras correr a su vera hasta el límite de sus fuerzas, se desplomara sin aliento en las arenas desesperadas. Pero por ahora la carretera continuaba, en pequeños y jadeantes zigzags que jamás rozaban el progreso del tren»
Y concluyo con una iluminación postrera (que me quitará el último 3%, no hay tiempo ya para el título, que agregaré después; quien avisa no traiciona). Se nos avisa ya desde el prefacio que la «colección está organizada como un palíndromo: el motivo de la primera historia se retoma en la última, la segunda encuentra eco en la penúltima y así sucesivamente». Sin haber llegado a la mitad del relato arriesgo una hipótesis, ¿será que estas historias conectadas se complementan; una a manera de crónica, la restante como expresión íntima, o viceversa?
Sea como fuera, nos encontramos otra vez ante el juego de espejos, ante las imagenes que se replican, ante…los gemelos. Y no se rompe el hilo que se empecina en vincular cada lectura con la siguiente. Tal vez esa sea una buena definición para literatura.