Por Franco Hessling
Me siento a comer y veo que se me pegan los cubiertos a la mano. Lo primero que se me ocurre pensar es: “La mierda, estoy magnetizado, qué me pasó”. Me fijo bien, y no: tenía sangre en lamano.
Caminaba todo el día desde hacía varias semanas, pero aquellos días de septiembre de 1982, Ricardo Luis Melongo andaba por andar hasta que algo interno le advertía que el próximo debía ser el indicado. Así, detenía el siguiente taxi que pasaba y terminaba con el conductor de un disparo frío y automático. Fueron cuatro homicidios en total, tres tomaron trascendencia pública, los que ocurrieron en la Capital Federal. El primero había sido en provincia de Buenos Aires, aunque a pocas cuadras de donde serían los tres que ocuparon cobertura en los diarios. Tenía 20 años y desde hacía poco tiempo vivía en la calle, en plena decadencia de la última dictadura argentina (1976-1983), tras la derrota en Malvinas. Melongo venía de hacer la colimba cuando cometió los asesinatos en serie. A la luz de ese detalle, su encierro precede a la reclusión por los crímenes de los taxistas. En 1987 fue declarado inimputable bajo una batería de diagnósticos psiquiátricos, entre ellos psicopatía y esquizofrenia, y fue trasladado de una cárcel penal a una institución psiquiátrica.

A más de treinta y cinco años de aquella semana de asesinatos sin móvil, R. L.Melongo le otorga cierta particularidad al primero de los crímenes. Explica, con la naturalidad con la que cualquiera fundamentaría que mató, que el trauma después de dar el primer disparo letal fue menor de lo que esperaba. La congoja luego de haber matado, en el planteo del recluido, tiene un impacto sobrevalorado, quizá como consenso social para desalentar los homicidios. Ricardo Luis confiesa que no demoró en hallar sosiego tras el primer asesinato y la consciencia de ser un delincuente, incluso logró fumarse un par de cigarrillos antes de abandonar el coche con el cadáver adentro. Ese modus operandi se repitió en los sucesivos tres asesinatos.
“Después, volví a ver a la persona,la revisé, vi que había sangre en los oídos y la nariz, me di cuenta de queestaba muerto. Me acuerdo que pensé: ‘¿Esto era? ¿Esta boludez?´” (pág.68).
Aun mes de aquella semana disparando a taxistas, el hermano de Melongo se presenta en la policía para delatarlo, sin ni siquiera antes haberle preguntado sus razones para ultimar sus víctimas. Al ser capturado, el ejecutor no ofrece resistencia y declara por seis horas sin perder el hilo confesional en ningún momento, reconociendo todos los crímenes e incluso alertando a los sabuesos que había uno de los delitos de su autoría que no habían vinculado a los otros tres. Sin embargo, R.L.M. no puede ofrecer explicaciones diáfanas sobre su motivación para exterminar los conductores.
Por momentos, él sugiere que la relación con su vieja, quien practicaba rituales espirituales, fue clave en la ratificación de un mundo interior hondo y paralelo al real-social, llamémosle así. La absorción en ese mundo interior profuso le valió también el diagnóstico de autista. En otros pasajes de sus más de 90 horas de conversación grabadas por Carlos Busqued, quien publicó el resultado de esos y otros encuentros relacionados al tema en Magnetizado(Anagrama, 2018), Melongo también recuerda cómo lo marcó su paso por las fuerzas militares cuando le tocó hacer el servicio militar en el Batallón 601,de Villa Martelli.
Cuando el protagonista del libro comenta sus preferencias literarias, Busqued se permite modificar la decisión de suprimirse lo máximo posible del texto editado en base a las desgrabaciones crudas. En la lectura se puede ver una conversación más fluida y hasta cierta simbiosis por las inquietudes editoriales compartidas:
RLM: Una psiquiatra decía que no esque no tenía sentimientos. Que sentimientos había, pero que había sido tandegradada la enseñanza hacia mí como persona que yo no podía considerar quealgo de eso me incluyera. Por eso, quizás, el mundo alterno. En ese otro mundotenía todo lo que quería y acá no tenía nada. Acá no había un deseo, no habíaun futuro, nada.
CB: Y en ese otro mundo qué hacías.
RLM: Me hacía películas, imaginabalas escenas, las armaba, iba y venía arreglando las mismas historias. Las películas o las series que veía, en latelevisión, ponele, las armaba de vuelta en mi cabeza, viviéndolas yo. Estabacon eso todo el día. Ponele, con Shogúnestuve como un año. Todo un año rehaciendo la historia, reconstruía escena porescena, modificando cosas, diálogos, finales. Todavía me acuerdo de lospersonajes: Mariko, Toranaga,, que era el líder…, tomaba el papel principal ylo variaba como yo quería. (..)
CB: Y qué cambios hacías.
RLM: Depende del día. (…) Tambiénusaba las historietas. Era fanático de El Tony, Fantasía, D’Artagnan…
CB: Editorial Columba…, esasrevistas eran un universo. Nipur de Lagash, Savarese, Gilgamesh el Inmortal,Águila Negra, Mark, Or-Grund, Chindits, Jackaroe…
RLM: (…) Uno de los personajes quemás me alimentó para armar mis cosas en la cabeza era Dax, por todo el temaoriental. (…) Mark, también… un mundo después de la guerra nuclear, tododestruido, los sobrevivientes medio haciendo cosas con los escombros, peleandocontra los mutantes.
CB: Te acordás del amigo que teníaMark.
RLM: Sí, eh…, Hawk.
CB: Te acordás que tenía un brazoraro.
RLM: Un brazo cibernético.
CB: No, era un brazo mutante.
RLM: Sí, pero que se lo habíanencapsulado con una especie de funda de metal, para que no se le escape lomutante. Sin esa funda, lo mutante se le iba al resto del cuerpo y se convertíaen mutante del todo.
CB: Estaba todo el tiempo en esalucha entre el humano y lo mutante que avanza, era como un equilibrio.
RLM: No, qué equilibrio. En unmomento, el coso metálico no funciona y se le sale lo mutante.
CB: Ah, no me acordaba de eso.
RLM: Claro. Hay un episodio en elque el brazo se descontrola y Hawk se transforma en mutante definitivamente.
Desde que fue declarado inimputable, la pena de Melongo se volvió permanente, no tiene expectativas de recuperar la libertad. No volvió a protagonizar intentos de asesinato ni hechos de violencia en las instituciones de encierro donde permaneció más de la mitad de su vida. No obstante, sus diagnósticos psiquiátricos abrieron lugar a una figura penal asentada en el positivismo jurídico: fue hallado como un “peligroso potencial”. Su pena no es una condena por el bien jurídico dañado, las vidas humanas de los taxistas, sino una medida de seguridad porque la Justicia no se atreve a garantizar que él no incurriría en nuevos homicidios en serie.
La estadía en distintas entidades de abordaje psiquiátrico le dio a R.L.M sobrado conocimiento sobre los efectos de los psicofármacos con los que se aplaza toda posibilidad de lucidez en los que, una vez diagnosticados insanos, deben comportarse como tales, sea de modo natural o inducido por los tratamientos tortuosos, generosos en dopajes.
El internado menciona anécdotas que demuestran lo irritante que sería para cualquiera pasar tantos años privado de la libertad. Busqued se ocupa de evitar hacer un morbo tumbero con esos relatos, como él mismo aclara luego en alguna entrevista sobre el libro.De todos modos, bastan algunas menciones de Melongo para que el lector se estremezca ante la sola idea de pensarse comiendo las mismas comidas la mayor parte de sus días, lejos de ríos, bosques o terrenos abiertos. Lejos de percibir una ventolera potente formada en el llano o de tomarse un helado cuando el calor asfixia. Melongo no reconoce un brócoli cuando se lo muestran,la variedad de verduras de un encerrado se reduce a las más comunes, siempre mezcladas con arroz, lentejas o fideos.
Busqued presenta un inmenso trabajo de investigación en una cápsula de menos de doscientas páginas que se leen de modo ágil. La extensión y ligereza no le restan potencia, la crudeza de la narración golpea a quienes tienden a pensar que los hechos aberrantes, como los asesinatos en serie, son cometidos por “anormales” en vez de por seres comunes y corrientes, sin más atisbos de demencia que los que nosotros mismos podemos tener, pese a ser vistos, y autopercibidos, como circunspectos.