El Holocausto es el cuento de terror de la era moderna. Nada despierta más fascinación que las historias relacionadas con el nazismo y los campos de concentración. Por un lado, esto ha sido explotado hasta el hartazgo por algunos autores (en la literatura, el cine y otros campos) en busca de popularidad. Pero el horror de la «Shoa» también ha sido retratado con honestidad por muchos artistas. Sus obras nos ayudan a (intentar) comprender lo incomprensible y a recordar que el relato más espeluznante jamás contado es el que en realidad ocurrió. Es el caso de la novela gráfica «Maus», de Art Spiegelman con el cual nos adentramos en un territorio desconocido en lo que a recomendaciones de lectura se refiere.

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Entre la biografía y el documental
Desde un comienzo, «Maus» nos desestabiliza al presentarnos a los protagonistas como ratones. Claro que la libertad que otorga el lenguaje del comic tiene mucho que ver en esta jugada del autor. Pero no todos los seres humanos son ratones. Pronto veremos que los alemanes son gatos y los polacos no judíos, cerdos. El recurso genera un doble mecanismo de significación. En principio, al utilizar animales antropomorfizados lo que podría entenderse es que se está ante una fábula, lo que resaltaría lo ficcional del relato. Pero esta lectura se desmorona inmediatamente al contrastarla con el contenido de la historia. Nadie es ajeno a los sucesos que aborda este libro. Así, este doble proceso de desconocimiento y reconocimiento enfatiza la realidad de lo que se está por narrar. Y aquí podemos pensar, ¿es que hace falta remarcar lo obvio? ¿Y ante quién? Aunque parezca increíble, treinta años después de la publicación de «Maus», esta reafirmación todavía es necesaria.
A medida que nos adentramos en sus páginas comenzamos a entender por donde van los tiros: Asistimos a la historia que Vladek, superviviente de Auschwitz, relata a su hijo. Éste último es un artista de comic cuyo propósito es recrear la historia de su padre. Aquí se podría pensar que la trama adoptará el clásico formato de flashback y que el relato girará sobre el recuento pormenorizado de los horrores del más famoso de los campo de concentración (como tantas veces se hizo).
Error.
En Maus se alternan dos líneas temporales de manera constante. Por un lado está el tiempo de producción del relato, algo así como un presente en el que Vladek cuenta su experiencia en los campos de concentración y que retrata de manera detallada una relación familiar compleja. En la segunda línea nos sumergimos dentro de la historia de Vladek, asistimos a su juventud, a su casamiento y al cada vez más sanguinario espiral de violencia desatado desde el Gobierno de Hitler contra la población judía.
Cuando hablamos de alternancia nos referimos a que el tiempo de elaboración del comic, que acaece grosso modo entre 1978 y 1982 , tiene tanta importancia como la rememoración que Vladek hace de sus años como prisionero de los nazis. Así, a medida que Vladek relata su increible vida, el comic también refleja con una honestidad abrumadora la relación entre padre e hijo. Y es que en este permanente diálogo entre lo rememorado y el proceso que envuelve el relato del recuerdo está la singularidad que hacen de «Maus» una obra indispensable.
Una obra cruda y honesta
Es precisamente a través de este «destape» del proceso creativo que el autor nos habla de sí mismo y de los traumas de una vida marcada por lo que sucedió antes de su nacimiento. En este punto, el retrato, sin concesiones, tanto de sí mismo (un artista conflictuado y con tendencias suicidas) como de su padre (que en su vejez se ha transformado en un anciano bastante irritable, no excento de tacañería ni prejuicios) es tan cristalino, y tan imperfectamente humano, que atraviesan cualquier barrera de esceptisismo que podamos levantar como eventuales lectores.
Pero también vale mencionar que estas estrategias utilizadas por el autor no parecen tener otro propósito que el de indagar en su propia historia. «Maus» es un profundo vistazo hacia dentro de sí mismo. Y ante esta pregunta infinita que nunca termina de responderse, el espectador/lector/testigo de este ejercicio de autoconocimiento se ve profundamente reflejado en su propia fragilidad humana.
La memoria del Holocausto resuena con fuerza en muchos escritores, que comparten con Art Spiegelman no solo el hecho de poseer un gran talento sino también de ser judíos. Hablamos de autores que hemos reseñado en esta web como Philip Roth o Eduardo Halfón. Más allá de su origen, en sus trabajos confluye una propuesta similar: No dejar que aquel genocidio caiga en el olvido. Recordar que lo que paso no fue un cuento es la mejor manera de evitar que ocurra nuevamente.