Olinka – Antonio Ortuño

Debo felicitarme, finalmente he conseguido poner mis garras en algo de Ortuño, a quién venía rastreando desde que leí las primeras páginas de «La vaga ambición», ganador del premio Ribera del Duero hace unos años. Olinka nos pone en la piel de Aurelio Blanco (nombre que podría ostentar cualquier habitante de Macondo), un personaje cuyo principal rasgo es la falta de resolución y que tras cumplir 15 años a la sombra – de las paredes de la prisión, de su ex-esposa y, especialmente, de su suegro – se encuentra con una libertad tan súbita como amenazadora. Y es que Blanco se siente cómodo en el perfil bajo – por algo su mujer lo llamaba «perro» – y la liberación lo fuerza a ocupar un rol revindicativo que acepta con nula convicción. Ahora que está fuera, debe enfrentar a los responsables de su encierro, nada más y nada menos que su familia política.

La reeducación de Aurelio Blanco

Pero antes de emprender cualquier cruzada, el protagonista es lanzado hacia una realidad extraña, en la que predominan unas costumbres y modelos de conducta tan diferentes a su concepción de «el mundo», que le dan la sensación de haber viajado en el tiempo. Pero, ¿acaso no se percibe la entrada a la cárcel como un salto en el contínuo de nuestra existencia? O tal vez, como la entrada a una dimensión paralela, que exigen un reajuste necesario a la vuelta.

«Tardó un par de minutos en entender donde debía picar la pantalla para encontrarlo. La abogada le enviaba la sonrisa de un muñequito y una fotografía de algo oscuro que Blanco terminó de identificar, bajo un examende detallado, como sus senos. El mundo, sin duda, había cambiado.»

Otro aspecto que lo intimida es la proliferación de grúas, reflejo de la voracidad del mercado inmobiliario, una fuerza tan poderosa como despiadada y que encarna al verdadero antagonista – a la vez intangible, omnipresente e invencible – del relato:

«El futuro al que llegaba, ahora, luego de años de reclusión, no había alienígenas ni robots (colosales estos y feroces aquellos) Solo anuncios resplandecientes, puentes vehiculares de doble piso y torres. Y, claro, grúas. Por decenas. Y un mundo nuevo de andamios.»

El humor corrosivo, santo y seña de Antonio Ortuño

Una de las cosas más sobresalientes en los cuentos de «La vaga ambición» es el tono sarcástico del narrador, que hace gala de un humor que atraviesa toda la gama de sabores asociados – amargo, ácido, picante – a la descripción del fenómeno. En Olinka, este tono se mantiene con una ironía que zigzaguea permanentemente entre lo gracioso y lo trágico. La corrupción política y el abuso desde los estratos más altos del poder son tan terribles, como absurda – regida por poco más que un capricho o un delirio de grandeza – la mecánica que perpetúa esta explotación.

Ortuño usa el chisme, tan esencial a la cultura (primero iba a agregar «mexicana», rectifiqué a «latinoamericana» y finalmente me decidí por no agregar gentilicios al recordar el gusto que tienen – por ejemplo – los alemanes por el cotilleo) como un leit motiv que nos recuerda cada unas cuantas páginas lo dañino que pueden ser los rumores y que se termina convirtiendo en el único sicario que jamás perseguirá a Blanco. Y es que, en cierta manera, todos los personajes de la novela han seguido un trayecto tan decadente como el del protagonista.

«Blanco tuvo, de pronto, la impresión de que asistía a una comedia (…) Me está jugando el dedo en la boca este pendejo, se dijo. Y me lo quiere meter en el culo, además. Pero está imbécil. Y decidió que era la hora de sacar la pistola del bolsillo del gabán. Solamente que había perdido cualquier posibilidad de hacerlo de modo veloz e impresionar al adversario, porque habia envuelto el arma en un paño. Así que tuvo que desenvolverla, primero con lentitud y parsimonia, como si abriera un tamal».

Olinka, el tempo preciso para la acción

La primera impresión al sumergirse en las vicisitudes de Blanco es la de estar al inicio de una novela negra. Nos encontramos con un personaje marginal en curso de colisión con un poderoso clan, algo que previsiblemente terminará en un hecho de la crónica roja. Además, aunque no utiliza la primera persona para revelarnos una visión sombría de la existencia – tan propio del hardboiled – , el narrador nos hace partícipes de las reflexiones que nos descubren el interior de protagonista: Resentido e indolente, pero con un agudo sentido de supervivencia.

«La siguiente idea apareció en su cabeza cuando estaba, otra vez, en la calle, en busca de un bar. Era una idea simple: tenía miedo y no podía seguir administrándolo. debía plantarse ante los Flores y lo sabía, pero necesitaba seguridades previas»

Pero mas temprano que tarde, estas sensaciones – que siguen teniendo un peso relevante en la trama – van dando paso a una vertiente más folletinesca de la historia. Así, esta influencia de la cultura popular, se combina con el thriller clásico en un todo dinámico que, aunque puede pecar de novelesca (en el sentido del culebrón) en ciertas ocurrencias, es siempre entretenido. Teorícamente, la amalgama entre el policial y la telenovela debería funcionar. Comparten la necesidad constante de acción, el uso sistemático de la serialización y el cliffhanger. En «Olinka», esta alquimia funciona. Mi lectura de esta novela podría definirse con una palabra: compulsiva. No hay tiempo para distraerse, Ortuño hace que pasen cosas.

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