Relectura – Santa Evita – Tomas Eloy Martinez

Leí Santa Evita cuando tenía 17, quizás 18 años y me fascinó. La trama me pareció vibrante y la comunión – indistinguible para mí en ese entonces – entre ficción y realidad alimentó mis fantasías durante largas noches. No puedo asegurarlo – más de 20 años han pasado – pero creo haberle dado a la Evita de Tomás Eloy Martinez la legitimación de lo verdadero. Tras aquella primera lectura, esa Eva Perón ERA Eva Perón.

¿Pude haber sido tan ingenuo? me pregunto ahora tras una relectura que alteró por completo mis recuerdos – del placer de aquella lectura al desengaño de lo artificioso. Pero hay cierta satisfacción en este volver a leer con otros ojos: la detección de algunas intencionalidades, el reconocimiento de las relaciones hipertextuales, el volver a caminar por ciertos senderos que en el pasado nos parecieron apenas marcados en la espesura y que ahora se abren como avenidas.

La ficción como investigación periodística

Santa Evita está escrito como si fuera un reportaje periodístico. La narración – llamemósle especulativa – que recrea hechos y personajes históricos no solo se complementa sino que se subordina a la recopilación de información que el autor – como personaje dentro de la trama – lleva adelante sobre la protagonista. Esta pesquisa se refuerza con la incorporación de diferentes técnicas narrativas entre las que se encuentran el documental, los informes de inteligencia, páginas de revistas del corazón y, especialmente, la entrevista.

Podría pensarse que, al utilizar este método, se busca acentuar la verosimilitud de los eventos narrados. Este supuesto vincularía a esta obra, mediante el relato novelado de hechos reales y una escrupulosa labor periodística, a «Operación Masacre». Pero no es el caso, la relación de Santa Evita con Walsh apunta a lo contrario y está ligada a la decisión de Tomás Eloy Martinez de abandonar cualquier pretensión histórica. Creo que el autor nunca busca dotar de realidad a su discurso, ya que es consciente de la imposibilidad de separar a la persona real del mito, por lo que se queda con éste último. Entonces se desdobla, ficcionalizándose, y a la vez posicionándose como un testigo secundario y por ende, poco fiable. No sorprende que él mismo admita no conocer a los dos actores principales.

«En esta novela poblada por personajes reales, los únicos a los que no conocí fueron Evita y el Coronel. A Evita la vi sólo de lejos, en Tucumán, una mañana de fiesta patria; del coronel Moori Koenig encontré un par de fotos y unos pocos rastros. «

Pero el ascendiente de Walsh no se limita a la conexión entre el periodismo y la literatura. TEM no deja de señalar la influencia que el cuento «Esa mujer» – escrito por Walsh y publicado en 1966 – en ha tenido en la génesis de «Santa Evita». El autor de «Variaciones en Rojo» también toma cuerpo en el relato, negándose a la posibilidad de encontrar cualquier verdad sobre Eva.

«Los arlequines habían marchitado las últimas flores del «Verano» de Vivaldi y tendían sus gorros hacia las mesas. Walsh les dio un franco y la mujer de la viola agradeció con una reverencia mecánica y solemne.

–Vayamos a buscar el cuerpo –me oí decir–. Salgamos para Bonn esta noche.

–Yo no –dijo Walsh–. Cuando escribí «Esa mujer» me puse fuera de la historia. Ya escribí el cuento. Con eso he terminado.

–Escribiste que un día ibas a buscarla. Si la encuentro, dijiste, ya no me sentiré más solo. El momento ha llegado.

–Han pasado diez años –me contestó–. Ahora estoy en otra cosa.

–Yo voy, de todos modos –le dije.

Sentí decepción y también tristeza. Sentí que estaba viviendo algo parecido a un recuerdo, pero del lado inverso, como si los hechos del recuerdo aún estuvieran por suceder.»

Al reverso de Walsh, Tomas Eloy Martinez, ingresa al «lado inverso», al de la imaginación y del mito, lo que le da la libertad de moverse a placer en este universo ficticio.

Lo prohibido y lo oculto en Santa Evita

Mi primera lectura me había dejado la certeza de que la novela estaba construída sobre un momento pivotal de la vida de Eva, un hecho tan poderoso como prohibido. Una revelación, que probablemente antes era un rumor y que a partir de su exposición a través la palabra escrita tenía el potencial para derrumbar uno de los ídolos del pueblo argentino. La sensación se mantiene y a medida que vuelvo a recorrer las páginas confirmo que el edificio narrativo construído por TEM tiene como meta principal hablar de los tabús que siempre rodearon (incluso aún hoy lo hacen) a la imagen sacralizada de Eva: Su origen bastardo, sus relaciones amorosas antes de Perón y, sobre todo, un problema de salud que, se especula, pudo ser el causante del cáncer que la mataría a los 33 años.

En paralelo a la búsqueda de los detalles más desconocidos de la vida de la protagonista se lleva adelante otro recorrido, que tiene que ver con el itinerario del (o los) cuerpo embalsamado. El cadáver, transfigurado en una efigie de carácter místico, debe mantenerse oculto para conjurar su capacidad de poner a las masas en pie. En esta sección de la trama, la figura del coronel Moori Koening ( a quien la junta militar a cargo del Gobierno encargan la tarea de hacerla desaparecer) se erige como centro de gravedad. Mi inquietud ante la preponderancia de este personaje, que había sido leve la primera vez, fue en aumento en esta ocasión. Sus paranoias ante una supuesta maldición que lo persigue encarnada en el «Comando de la Venganza», sus sentimientos encontrados ante el objeto de su misión y su desenlace me parecieron la parte menos lograda del relato.

Pero el poder de la «Santa» Eva, se asegura, va más allá del liderazgo simbólico del pueblo y roza lo sobrenatural. El autor se hace eco de leyendas, rumores e incluso del cuento de Walsh para coquetear con la idea de una maldición que cae sobre todos aquellos que entran en contacto, de una manera u otra, con el cuerpo de la abanderada de los humildes:

«Rodolfo Walsh deslizó algunas pistas «Oí decir que el mayor X mató a su esposa y el capitán N quedó con la cara desfigurada por un accidente».

«En noviembre de 1974, su cuerpo fue retirado de la tumba en Madrid y trasladado a Buenos Aires. Mientras lo llevaban en un furgón al aeropuerto de Barajas, dos guardias civiles se pusieron a discutir por una deuda de juego. Al entrar en la avenida del General Sanjurjo, frente a los Depósitos de Aguas, ambos se atacaron a balazos y el vehículo, fuera de control, embistió las vallas del Real Automóvil Club. La cabina se incendió y los guardias murieron. Pese a la magnitud de los destrozos, el ataúd de Evita no sufrió el menor daño, ni siquiera un raspón. «

«Algo parecido sucedió en octubre de 1976, cuando el cadáver fue trasladado desde la residencia presidencial de Olivos al cementerio de la Recoleta. Evita iba en una ambulancia azul del hospital militar de Buenos Aires, entre dos soldados con fusiles con las bayonetas caladas. Poco antes de cruzar la calle Tagle, el chofer sucumbió a un infarto tan súbito que su acompañante aplicó el freno de mano y detuvo la ambulancia cuando estaba a punto de incrustarse en el zócalo del Automóvil Club. Evita estaba intacta, pero los soldados de la custodia se habían atravesado la yugular con las bayonetas en el relámpago del frenazo y yacían enredados sobre un lago de sangre»

La maldición parece haber alcanzado finalmente también a Tomás Eloy Martinez. ¿Estoy exagerando? Cuando en el año 2000, me enteré en de que su esposa, Susana Roetker, había muerto en un inexplicable accidente de tránsito en una calle en la que «los accidentes rutinarios (leasé menores) se cuentan con los dedos de una mano» , pensé que para el escritor tucumano, Evita por fin había dejado de alejarse y le había mostrado su otra cara, el lado de la muerte.

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