Sobre los libros que enganchan (y yo estoy leyendo dos)

Stephen King leyendo

Mientras buscaba un cuento de Bioy Casares cuyo nombre no recordaba, el oráculo digital conocido como Google me sugirió libros recomendados que enganchan y sin saber bien por qué («una compra impulsiva» en este bazar virtual que todo lo contiene) pinché para ver de qué se trataba. Me llevo a una lista del escritor Antonio Orejudo, nombre que debido a mi ignorancia tuve que googlear a su vez. Guardé los resultados de esta segunda búsqueda para artículos posteriores y me centré en la lista esperando encontrarme con títulos comerciales como «Los Pilares de la Tierra» o algo de Kate Morton. Pero mi sorpresa fue mayúscula: «Lucky Jim» de Amis padre (muchos sostienen que es el Amis que vale la pena), John Irving y nada menos que «Stoner», de John Williams. Esta última es una OBRA MAESTRA se la mire por donde se la mire sobre un gris profesor de literatura. Una de las grandes virtudes de Stoner es que no puedes despegar tus ojos de esta historia mediocre, solo que narrada de una manera magistral. ¿El secreto? Solo leyéndola lo descubrirás.

Stephen King y Mathias Enard, dos maneras de atrapar

«El inconsciente trabaja incansable y misteriosamente» me dije días después, una vez que uní la línea de puntos. Había cliqueado en las novelas que enganchan porque esta última semana me desdoblé en sendas narraciones, muy diversas pero igualmente atrapantes.

«Brújula» es la primera de estas dos obras, escrita por Mathias Enard, uno de los grandes escritores franceses contemporáneos. La literatura francesa es ninguneada metódicamente por mi persona (lo que a su vez se refleja en este blog) sin razón aparente. Por supuesto que a la Academia Francesa este olvido la tiene sin cuidado, pero una mínima reivindicación vendrá de la mano de Enard.

Viaje de una noche interminable

La novela se desarrolla como un monologo interior en el que un orientalista repasa su vida durante una noche de insomnio. Acechado por la enfermedad – tal vez por la muerte – sus recuerdos se fusionan con sus amplios conocimientos sobre ese territorio embriagador que es el Oriente. En el relato se entremezclan sus experiencias en castillos medievales, visitas a campos de batallas fantasmagóricos, vagabundeos por barrios pintorescos del Cuerno de Oro y noches mágicas en la Alepo previa a la Guerra Civil que desangra Siria; también hay sitio para reflexiones sobre su obra y sus estudios del Oriente, en ellos repasa la influencia de la música oriental en los grandes compositores europeos, revisita el rol de Balzac en el intercambio cultural Este-Oeste y nos descubre autores olvidados de la literatura iraní como Hedayat. La guía a través de este trayecto onírico, algo desquiciado (y que nunca se descontrola) es el recuerdo de Sarah, una colega, el amor de su vida y tan apasionada por el Oriente como él.

Hay pasajes bellísimos: la descripción de demonios orientales conocidos como guls, que según los sabios son «una manifestación de la energía de ciertas estrellas cuando ascienden»; su primeros escarceos con el opio, una droga que «abre un paréntesis interior en el cual uno tiene la impresión de tocar la eternidad, de haber vencido la finitud del ser y la melancolía» o cierta experiencia mística en una Mezquita de Estambul que revela «una calma desgarradora seguida por una visión siniestra de la realidad del mundo y de toda su imperfección y su dolor»

El efecto sobre el lector es magnético, como un aroma voluptuoso que nos mantiene en trance erótico; queremos saber más, descubrir más, correr el velo y ver todo lo que ese universo contiene. A veces, hasta nos parece que fuera posible.

«It»; el paraíso perdido estaba en la niñez

Durante mi infancia y hasta mi primera adolescencia seguí las historias de Stephen King con una voracidad semejante a la de un payaso asesino que se alimenta de niños. Debe hacerse la salvedad de qué me refiero a las historias filmadas: Cementerio de Animales, Cujo, Carrie, Christine, Misery, el Resplandor y la Milla Verde, además de la terrorífica primera versión de It de los 90. Es probable que por eso nunca me haya interesado demasiado en sus libros («gran error» dirán algunos. Y vaya si lo es.) Solo leí «Cementerio de Animales» que me asustó lo esperable, nunca tanto como la peli. Y así fue que King pasó a engrosar la lista de aquellos autores con los que algún día volvería a intentar. Hasta un par de semanas atrás.

¿Como fue? Simple, «Eso» era parte de los cimientos de mi Tsundoku desde hace unas cuantas temporadas (quizás desde la cuarta de Juego de Tronos). Comencé a pensar seriamente en los chicos de Derry tras ver la remake (separada en dos partes) el año pasado. Y fui a por ellos como un Pennywise endemoniado.

¿Y qué?¿Atrapa?

La respuesta es que aprovecho cada ratito para seguir con una historia que conozco de memoria. Es más creo que voy a leer un poco más al terminar de teclear esta frase….

Una sólida arquitectura narrativa

Ya dentro de «It» me encuentro – como me figuro ocurrirá con las mejores novelas de Stephen King – con un relato perfectamente estructurado que va entregando pequeñas dosis de información hoja a hoja, capítulo a capítulo. El ritmo se sostiene por el propio poder de la narración. Pasan cosas, se recuerdan cosas, se recuperan hechos del pasado que van delineando al monstruo. Es un edificio perfecto de acontecimientos entrelazados entre sí. Narrativamente es perfecta, estirándose y contrayéndose justo lo suficiente para mantenernos atentos.

Y aquí un detalle, la etiqueta de «escritor de Best Sellers» (que alguna vez también influyó en mí) como forma de menospreciar a King creo que es injusta. Es reconocida la antipatía del escritor hacia las pretensiones de la «alta literatura». Más allá de que su objeto es la diversión, la evasión, etc, al menos en esta historia se tallan con precisión muchos conflictos de la niñez, muchas idiosincracias bastante detestables de los pueblos pequeños y particularmente algo que creo es un tema que obsesiona al autor: la esencia de la amistad, esa «magia» bastante inexplicable que moldea las verdaderas amistades. En definitiva, un gran reencuentro con el señor del miedo, toreador de coches y azote de Trump desde Twitter; esperemos tenerlo por muchos años más dando vueltas.

Por cierto, el relato de Bioy que buscaba se llama «La Trama Celeste» y va de acrobacias voladoras, universos paralelos e historias alternativas. Si bien no es un cuento tan corto como aquellos que acostumbramos, puede ser una buena entrada a los más que interesantes relatos de otro de los grandes escritores argentinos. Hasta la semana que viene.

Deja una respuesta