Jugando un poco con la imaginación, podría asegurarse que el libro «Tango Satánico» pertenece a cierta categoría de novelas que se definen únicamente por una característica: Están escritas haciendo todo lo posible para que no las leas. Pienso en «Bajo el volcán» de Malcolm Lowry o en el «Ulises» de Joyce. Se trata de obras que no ceden a la primera, que necesidad ser atacadas en más de una oportunidad. Solo los valientes (o mejor dicho los pacientes) podrán acceder a sus riquezas. La entrada misma es escabrosa. ¿Como hacer pie, por ejemplo, en sus primeras líneas?
«Una mañana de finales de octubre, poco antes de que las primeras gotas de un otoño largo e implacable cayeran sobre la tierra reseca y agrietada en la zona occidental de la explotación (para que luego un mar de barro hediondo volviera impracticables los caminos e inalcanzable la ciudad hasta la aparición de las primeras heladas), Futaki se despertó al oír unas campanadas.»
La configuración espacial del texto aumenta el sentido de desorientación: Cada capítulo consta de un único párrafo. Con larguísimas oraciones subordinadas, (aún más largas que la que abre el libro) y sin puntos aparte. Cada página parece un muro, como si estuviéramos encerrados dentro de un laberinto.
Las ruinas circulares
La acción se desarrolla en un paraje alejado, rodeado de bosques y lodazales, en una explotación agrícola en decadencia. A pesar de que no hay datos de espacio ni tiempo, se supone que estamos en la Hungría comunista de mediados del siglo 20. Quienes aún quedan en esa fallida colectividad, malviven sin ningún atisbo de esperanza. Y aparentan normalidad, mientras se clavan cuchillos por las espaldas: Futaki duerme con la mujer de Schmidt, mientras que Schmidt quiere estafar a Futaki. El ambiente es desolador.
Sin embargo, el anuncio de que Irimias, un charlatán y estafador que todos creían muerto y que quizás trabaje para los servicios secretos, está volviendo con un nuevo «proyecto», enciende las pasiones, las esperanzas y los deseos más recónditos de todos. Pero esta pequeña revolución que genera la llegada de Irimias, (un personajes que irradia un poder similar al de Godot) también saca a la luz las miserias personales de cada uno.
Habíamos señalado que la configuración de la página asemeja la pared de un laberinto. La progresión del relato también está pensado como un puzzle. Cada capítulo sigue a un personaje, aunque no se aclara del todo a cúal. Así iremos conociendo al Fondista, que odia a Irimias. Al doctor, que vive encerrado en su casa, intentando catalogar el mundo y encontrar el lugar para cada cosa. A Estike, una niña ignorada por todos. La historia exige un lector atento. Hay que hilar fino. Hay que moverse como las arañas, tejiendo con paciencia el sentido del todo. Porque solo al terminar de tejer la tela de araña – el libro – puede llegar a comprenderse cómo el círculo vicioso en el que está envueltos los personajes no tiene fin.