Un libro puede ser muchas cosas. Puede ser oráculo, rompecabezas o cadáver exquisito. Otras solo un pisapapeles, o incluso, un mero elemento decorativo. A veces, un libro también puede ser un espejo. Es el caso de «Unas gotas de aceite», que nos sitúa frente a una ventana abierta a un pasado embriagador. A partir de los vívidos recuerdos de la autora, de la precisión con la que describe aquellas sensaciones tan nítidas y, a la vez elusivas, de la infancia, el lector comienza a recordar su propia infancia reflejada en ciertas escenas: La incesante curiosidad por aquel trastero lleno de cosas viejas, la creatividad con la que nos divertiamos en otras épocas, (y que puede ser tema por sí mismo para un libro). O la libertad de la que se gozaba en la siesta, cuando la casa dormía y en palabras de la autora, «lo único que esperábamos era oir roncar a nuestros padres y a Giuliana (la niñera) para levantarnos despacito y salir, dueños y señores de la casa dormida. La cocina estaba vacia y limpia, los postigos, entornados, el suelo, todavía húmedo. (…) sin hacer ruido, colocábamos una silla junto al aparador donde descansaban los moldes con cotognata (mermelada), (…)A continuación, abríamos el cajón del pan para acompañar aquel poco de cotognata sustraida, no por hambre, sino por el placer de lo prohibido».
Las referencias (ya el título nos lo adelanta) a la comida son constantes. La autora va construyendo hábilmente el relato de las vacaciones anuales de la familia en Mosé (la finca de los Agnello en Sicilia) a partir de lo que podríamos llamar «memoria degustativa», ya que cada recuerdo está atado a un sabor particular. El caffé d´u parrinu que marcaba el inicio de la temporada estival y que, «no se ofrecía jamas a los de fuera». La «famiata», el amasado del pan, descrito con tintes épicos a través de los ojos de una niña de ocho años cuyo final sagrado era la degustación de los bollitos calentitos, recién sacados del horno , con aceite y que en palabras de la autora es,«la mejor comida que he degustado jamás». O las meriendas especiales con «amarenata», una especie de granizado hecho con almibar de amareta (cerezas o guindas), que disfrutaba junto a sus primos alrededor de la mesa de la cocina.
La técnica nos remite, inevitablemente, a «En busca del tiempo perdido» de Marcel Proust, obra cumbre de la literatura universal, donde un bocado a una magdalena dispara los recuerdos involuntarios en el escritor para, a partir de ahí, viajar por los laberintos de la memoria. Sin embargo en «Unas gotas de aceite», este poder de reminiscencia de la comida no funciona solo como punto de partida sino como algo mucho más concreto y ubicuo. Es indudable que el acto de comer funciona como eje ordenador de nuestra vida cotidiana y que, en comparación con la importancia que tiene en todas las sociedades, la literatura siempre la ha tenido un poco olvidada. Considero que esta obra viene a compensar, aunque sea solo en una mínima parte, esa carencia. Así se entiende que al final del relato, la autora haya incluído las recetas (desarrolladas en colaboración con su hermana Chiara) de todas las delicias que se mencionan en la historia. El detalle no es menor y reafirma esta intención de recuperar el placer de la comida, de sus rituales y de sus placeres, porque en ese acto universal y eterno de sentarse en una mesa subyace gran parte de nuestra humanidad.
Te recomiendo este libro si:
- Se cae de maduro pero es inevitable asegurarte que, si te gusta cocinar, este libro es para tí. Es ideal para esas personas que disfrutan con las sartenes, aquellos que recurren al arte culinario como un santuario para relajarse y dejar a un lado los problemas de la vida cotidiana. Además de ser una excelente mirada desde dentro a los fundamentos de una tradición culinaria gigantesca como es la cocina italiana. Y ni hablar de las maravillosas recetas al final del libro. Un pequeño tesoro.
- Te gustan las novelas «de época». En esta obra la autora nos relata, de primera mano, una época que no volverá. Las descripciones nos transportan en el tiempo a un pasado que vale la pena revisitar a través del filtro que suponen los ojos de una niña que se va acercando a la adolescencia y que no solo va descubriendo los placeres de la cocina sino comenzando a entender como es la vida de los adultos. Una autobiografia en toda regla pero que también rompe los moldes de género de manera muy original.