Por Alison Gibbons para Times Literary Suplemente
Traducción de Cecé Pastrana
Desde finales de los años ochenta en adelante novelistas, artistas, críticos y historiadores han alertado sobre la muerte del postmodernismo. Linda Hutcheon, en la segunda edición de “Las políticas del postmodernismo” (2002) aseguró que era cosa del pasado. Se dice que la era contemporánea – empezando por la caída del muro de Berlín en 89 y otros momentos transcendentales de los años 90, e incluso más adelante – estuvo marcada por una intensidad particular, es decir, se sintió como uno de esos momentos, en los que encontramos al mundo, en palabras de Ben Lerner en su novela “10.04”, “reacomodándose”.
Es casi una obviedad afirmar que el postmodernismo adoptó diferentes aspectos, por lo que es difícil encontrar un consenso acerca de cómo definirlo. Fredic Jameson lo resumió en “Postmodernismo o la Lógica Cultural del Capitalismo Tardío” como la pérdida de la historicidad, una falta de profundidad y de sentido y un declive de los lazos emocionales, mientras que Brian McHale, en su obra, “La ficción postmoderna”, aseguró que el periodo está marcado por su fascinación con lo ontológico. Tomado como un todo, el postmodernismo parecería, en esencia, enfocarse en cuestionar qué es lo real, tanto en lo que concierne al mundo “real” en sí como en la fidelidad de las representaciones que las ficciones hacen de lo “real”.
Como sea, el impulso postmodernista parece ya exhausto. El postmodernismo tuvo como uno de sus grandes postulados el rechazo de las grandes narrativas, incluídas aquellos relatos de las grandes religiones monoteístas, como también un desencanto acerca de la idea de progreso, a la vez que puso en duda el conocimiento histórico. La obra de ficción de Angela Carter y en particular “El cuarto sangrante”, brindan un claro ejemplo del típico modelo postmodernista: Al reescribir los cuentos de hadas tradicionales, la autora pone en tela de juicio las grandes narrativas de género, sexualidad y subjetividad femenina. En contraste, en el clima cultural que se vive hoy en día parecería haberse renovado un cierto compromiso con lo histórico, a la vez que se ve un renacimiento de los simbolismos en la elaboración de nuevos mitos, algo que hubiera horrorizado a los postmodernistas. Por tomar un caso, en la novela “De momento es solo un cuento” (“A tale for the time being”- 2013) Ruth Orzeki narra varias historias interconectadas – entre ellas la historia de un kamikaze japonés en la segunda guerra mundial y los hechos ocurridos en el devastador terremoto y tsunami ocurridos en 2011 en Japón, contextualizando ambas a través de un hilo conductor que les dá sentido y que son nada menos, que los principios de una gran narrativa como es el Budismo Zen.
El postmodernismo refracta la realidad en una infinidad de juegos con el lenguaje, con ejemplos como el de Paul Auster, apareciendo como un personaje dentro de sus novelas o como en el caso de el cuento “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar, donde un personaje lee una historia que poco a poco va insertándose en su propio nivel de representación y que incluso pone en riesgo la vida de dicho personaje. Parecería que varios autores actuales comparten ese impulso de desdibujar los limites entre ficción y realidad, como por ejemplo afirma David Shields en su libro “Hambre de realidad» (Reality Hunger – 2010).
Sin embargo, cuando determinados autores, u otros elementos de la realidad aparecen en las ficciones hoy en día, como es el caso de Ben Lerner en “10.04”, su presencia tiene como objetivo reforzar el realismo más que exponer el artificio del texto. Ciertamente, en lugar del desinterés por lo que pasa dentro de la historia y del anti-antropomorfismo, ambos rasgos tan propios del postmodernismo, el realismo vuelve a ser popular. Mas aún, las emociones vuelven a ocupar un lugar de privilegio en la ficción literaria a medida que los autores indagan en nuestra capacidad esencial de relacionarnos y de establecer verdaderos vínculos entre seres humanos dentro de un mundo cada vez más globalizado y con personajes que intentan ser verdaderas representaciones de nuestras verdaderas identidades.
Parece suponer entonces que una nueva lógica cultural comienza a aparecer: el mundo , o en todo caso, el universo literario, está reordenándose. Hay que decir que este proceso todavía está en desarrollo y debe ser analizado en estricto tiempo presente. Para tener una idea de la cual es la situación, necesitamos hacernos varias preguntas. La primera, y la más crítica, sería “Ha muerto el postmodernismo” y renglón seguido, “Si es que ha muerto, ¿cúando ocurrió?”. Algunos críticos- entre ellos Christian Moraru, Josh Toth, Neil Brooks, Robin van den Akker y Timotheus Vermeulen – coinciden en los mismos hechos históricos, como la caída del muro de Berlín en 1989, el cambio de siglo, los ataques a las torres gemelas en 2001, la llamada “Guerra al terror” y las guerras en el Medio Oriente, la crisis financiera global y los movimientos antisistema resultantes. Tomados en su conjunto, estos sucesos reflejan el fracaso y la desigualdad del capitalismo global como proyecto, lo que generó un desencanto generalizado con el concepto de postmodernidad neoliberal y a su vez, al resugimiento político de los extremismos de izquierda y de derecha. La acumulación de todos estos eventos – junto a una ansiedad extrema causada por el constante bombardeo de noticias las 24 horas – ha convertido al mundo occidental en un lugar mas incierto – más precario y más volátil – donde ya no podemos dar por supuestas certezas acerca de nuestra seguridad ni de nuestro futuro.
Me parece muy atinado que los académicos a cargo del diccionario de Oxford hayan seleccionado el término “posverdad”, tan cargada de connotaciones políticas, como “la palabra del año” en 2016. La preponderancia de dicha palabra, asociada particularmente con el clima político que se vive actualmente (Trump, el Brexit, el auge de los personalismos en la política), es un marcador de como esta era entiende el concepto de qué es la “verdad”. Y puede ser de gran ayuda para entender los cambios radicales que se vienen en el ámbito de la cultura. Mientras que los cimientos del Modernismo se basaban en las utopías nacidas de ciertas verdades universales, el Postmodernismo rechazaba y deconstruía la noción de que todo lo que hasta ese entonces se consideraba como verdad. Paradojicamente, el prefijo “post” terminó subrayando la idea de aquello que buscaba subvertir. Como sea, los dos elementos de la palabra que marcó el 2016 podrían formar una suerte de metonimia de lo que está ocurriendo actualmente: El “Post” refleja la desconfianza innata de un postmodernismo que se niega a desaparecer, mientras que “verdad” se mantiene como un concepto clave de nuestra era.
Hay varios términos acuñados para referirse a esta nueva lógica cultural que viene a reemplazar el sistema de creencias reinante: Por citar algunas – modernismo alternativo (altermodernism en el original) , cosmodernismo, digimodernismo, metamodernismo, performantismo, post – digital, post-humanismo e incluso algo tan burdo como post-postmodernismo. Existen convergencias y divergencias entre dichas conceptualizaciones: Se puede afirmar que se complementan tanto como compiten entre ellas. Aún así, detrás de estas definiciones se vislumbra un legado de prácticas tanto modernistas como postmodernistas y una nueva conciencia ética.
La ya mencionada novela “10.04” de Lerner nos otorga un caso ilustrativo. En uno de los episodios, el narrador, Ben, que trabaja en un grupo de empresas llamada Co-op, que brinda servicios a la comunidad (banco, supermercado, funeraria ) a través de un enfoque cooperativo, está por finalizar su turno mensual de trabajo en una sucursal de Brooklyn. Ben, como muchos de los empleados de esta organización, demuestran tanto su orgullo por trabajar en esta empresa de ideales ecológicos y anticapitalistas como su enojo por la poca flexibilidad que los empleados tienen para planear sus vacaciones. Siguiendo la novela, mientras el protagonista y una compañera de trabajo, llamada Noor, empaquetan mangos secos, esta última le revela que ha descubierto que el hombre que ella creía que era su padre, no es su padre biológico. En consecuencia, Noor ahora tiene dudas sobre su propio yo, sobre todo, teniendo en cuenta que ella ha construido su identidad árabe- americana a partir de la herencia que recibó de quien creía era su padre.
Más allá de la cualidad profundamente íntima de lo que Noor está contando, el relato está marcado por interrupciones. A través de intrusiones autoriales, al estilo de, “Noor afirmo tal cosa, aunque no con esas palabras”, el narrador “se mete” constantemente en la historia. Dicho recurso es claramente postmodernista, encuadrando recursivamente una historia dentro de otra, sin embargo no tiene la intención de convertirse en una mera afectación de que el texto está hablando de sí mismo, sino que busca resaltar la capacidad hermenéutica de las historias en nuestras memorias y en la manera en que éstas nos sirven para construir nuestras identidades tanto frente a nosotros mismos como a los demás. Siguiendo la historia, hay otra interrupción de la narración, cuando Ben es requerido en otro lado y no termina de escuchar el final del relato de Noor. Posteriormente, y sin saber bien como finaliza la historia, el protagonista asume que dicho relato tiene que ver con la Islamofobia. Dicha conclusión, llevada a cabo por el personaje que narra la historia, termina siendo mojigata a la vez que errada, y puede ser analizada como reflejo de la hipocresía del mundo occidental. La crítica es tanto más incisiva si pensamos que los lectores supuestamente identifican que el personaje es una extensión del autor. Nuevamente, lo que parece una típica metatextualidad postmoderna – un personaje que representa al autor dentro de la historia – no está usado para lograr un efecto postmoderno. La aparición, tan postmodernista, del autor dentro de la historia lo reducía a ser nada más que un signo lingüístico, sobre todo debido a la imposibilidad ontológica de que verdaderamente pudiera estar dentro de la historia. Por el contrario, en las obras de Lerner, el autor es parte intrínseca de la ficción.
Más adelante en la novela, mientras reflexiona sobre la historia de Noor, Ben desea que pudiera decirle algo para hacerla sentir mejor , “sin sonar falso, ni con la perorata de las tarjetas de felicitación”. Ben también se vuelve sobre sus propios sentimientos: “Si mi personalidad se pudiera disolver en una especie de ente abstracto, formado por cada uno de mis átomos y por cada uno de los de Noor, para hacer que la ficción del mundo se reordenara alrededor de ella”. En 10.04, esta reorganización del mundo genera una visión que toma como base a la subjetividad humana, una subjetividad que prioriza el aspecto íntimo y ético de las relaciones interpersonales.
10.04 es tan solo un ejemplo de cómo la ficción contemporánea articula los sentimientos más allá del postmodernismo. Podría ser catalogado como “autoficción”, un género que incorpora la autobiografía en la ficción, y que ha florecido junto al boom editorial de los libros que recopilan las memorias de personajes mas o menos famosos. En principio, este género podría ser tildado de “estrictamente” postmoderno, teniendo en cuenta que presenta a un sujeto fragmentado y que en este tipo de narrativas es difícil establecer dónde está el límite entre la verdad y la ficción. Sin embargo, estas autoficciones como les hemos llamado, no utilizan esta narrativización (narrativize en el original) del sujeto como un juego sino con el objetivo de acentuar el realismo de un texto dado y abordar las dimensiones sociológicas y fenomenológicas de la vida íntima. La novela “Para acabar con Eddy” (The end of Eddy en el original) del escritor Edouard Louis sirve como un claro ejemplo. Dicha obra de ficción incluye la experiencia del autor, con detalles de su vida privada creciendo como un joven afeminado en una pequeña aldea obrera del norte de Francia. Otras tendencias literarias recientes, como la popularidad de la ficción histórica, el renacimiento del realismo y el interés que despierta hoy en día la fusión de lo literario con la cultura visual y digital, también son representativos de este cambio de paradigma. Y mientras que David Foster Wallace es generalmente citado como la figura literaria que comenzó la cruzada contra la ironía vacía de la cultura postmoderna, muchos de sus contemporáneos parecen haber tomado el testigo: Entre ellos el mencionado Ben Lerner, pero también otros como also Jennifer Egan, Dave Eggers, Joshua Ferris, Jonathan Franzen, Sheila Heti, Kazuo Ishiguro, Ruth Ozeki, Ali Smith, Zadie Smith and Adam Thirlwell.
“Kapow!”(2012) de Thirlwell por ejemplo, toma como tema las revoluciones surgidas a partir de la Primavera Árabe, preguntándose acerca de su verdadera relevancia dentro de la historia, al compararla con la Revolución Francesa. Al mismo tiempo, el narrador, consciente de su lugar como narrador, va insertando en el texto referencias tanto a la alta cultura como a la cultura popular, a la vez que pone énfasis en como los medios retransmiten la realidad, y reflexiona sobre si sería correcto escribir su propia novela sobre el mundo Árabe.
Nuestra cultura comparte muchos de los temas y las preocupaciones que inspiraron a escritores de anteriores generaciones; hay pocas señales de un cambio radical que pueda barrer con lo viejo para dejar paso a nuevas tendencias. El postmodernismo quizás podría no estar tan muerto como muchos críticos aseguran enfáticamente , pero si parece estar en retirada. Sus recursos se convirtieron en moneda corriente al punto de ser absorbidos por la cultura popular e incluso por el lenguaje comercial. Justamente, parte de la pérdida de su valor tiene que ver con que el postmodernismo ha saturado el mercado.
Y con el final del carácter travieso y la afectación del postmodernismo, nos encontramos mejor situados para generar una literatura que se dedique de lleno a los temas de verdad importantes. Esta nueva tendencia podría, si se toma en serio, tomar como temas algunos asuntos muy complejos y que están en permanente ebullición, como la desigualdad racial, el capitalismo y el cambio climático, que además son temas frente a los cuales la gente tiende a mirar para otro lado.